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Los antiguos

"Reconozco que no sé muy bien de qué hablo. Nunca he estado en una de esas redes sociales. No sé lo que me pierdo. Y, francamente, me da igual lo que pase con Twitter, aunque no me parecería mal que el supermillonario con rasgos de supervillano se pillara los dedos.

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Madrid

Mi padre, un hombre muy inteligente, poseía un superpoder relacionado con la tecnología: tenía la capacidad de inutilizar cualquier invento en cuestión de pocos segundos y con apenas un roce. En cuanto se aproximaba a un ordenador, por ejemplo, la máquina se bloqueaba. En realidad, nada eléctrico escapaba a ese don suyo. Creo que si alguna vez hubiera tocado una lavadora, cosa que por prudencia no hizo en su vida, la lavadora habría explotado. Trabajaba en un periódico, “La Vanguardia”, con una redacción casi completamente informatizada. Digo casi porque él resistió con su vieja máquina de escribir, una Olivetti gris, hasta su jubilación y más allá.

Cuando aparecieron los teléfonos móviles, la familia insistió en que llevara uno encima. No hablo de iphones, sino de aquellos Nokia con tecladito y tapa. Ignoro si alguna vez logró utilizarlo. Supongo que no. No le interesaban esas cosas y vivía la mar de tranquilo: escribía en papel sus artículos y sus novelas y los entregaba en mano, porque a quién se le ocurría tener en casa un fax. Tal vez haya oyentes que ni siquiera saben en qué consistía eso del fax.

Yo, entretanto, pensaba que internet era lo máximo y lamentaba que mi padre se lo perdiera. Me sentía un tipo moderno, un tipo al día.

Pero no lo era. Tuve mi primer teléfono inteligente en 2012, cuando ya lo tenía todo el mundo. No supe lo que era Whatsapp hasta 2018, cuando un destino profesional remoto me obligó a descargármelo para no gastarme el sueldo en llamadas telefónicas.

Ahí me quedé. Estos días leo sobre el carajal que Elon Musk, ese supermillonario con todos los rasgos de un supervillano, ha montado al parecer en Twitter después de comprar el asunto por 44.000 millones. Personas que se van de Twitter, personas que temen el cierre, personas que piensan que su vida cambiará si Twitter cambia.

Reconozco que no sé muy bien de qué hablo. Nunca he estado en una de esas redes sociales. No sé lo que me pierdo. Y, francamente, me da igual lo que pase con Twitter, aunque no me parecería mal que el supermillonario con rasgos de supervillano se pillara los dedos.

Soy antiguo. He llegado, me temo, a esa plácida ataraxia ajena a las cosas nuevas en que vivía mi padre. Y debo decirles que no se está nada mal en la antigüedad.

 

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