Guillermo del Toro reinventa Pinocho como símbolo antifascista en una joya de la animación
Netflix estrena la película de animación del director mexicano, una preciosa fábula sobrenatural en stop-motion que mezcla monstruos, mensajes políticos y momentos musicales
Madrid
“Quiero contaros una historia, es una historia que pensáis que ya conocéis pero no exactamente”. Con esta declaración de Grillo, aquí no Pepito, arranca Guillermo del Toro su personalísima revisión del cuento de Pinocho. Y lleva razón. Esta es una historia conocida pero el director mexicano logra crear algo nuevo con su mirada política, su estilo monstruoso y la animación en stop motion. De ahí que el propio título de la película que estrena Netflix lleve de apellido el nombre del realizador. El Pinocho de Guillermo de Toro, para que no haya confusiones.
La propuesta del autor de obras como ‘El laberinto del fauno’ y ‘La forma del agua’ llega tras otros dos acercamientos contemporáneos al relato escrito por Carlo Collodi en 1883. En 2019 Matteo Garrone reivindicaba el origen italiano del niño de madera en su versión neorrealista y barroca con Roberto Benigni, y este mismo año Robert Zemeckis sirvió su desastroso remake en acción real con Tom Hanks. A estos se suman el clásico de animación de 1940 y otras tantas adaptaciones, unas más libres que otras. Con un personaje tan explotado y consumido en la cultura popular, Guillermo del Toro reinventa la historia ubicándola en la Italia de los años 30 y convirtiendo a Pinocho en un símbolo antifascista.
El mexicano lleva 15 años trabajando en este proyecto. “He dedicado la mitad de mi jodida carrera a levantar esta película”, decía en la presentación de la cinta en el Festival de Londres junto a Mark Gustafson, codirector y experto en animación en stop-motion. Ambos reimaginan el universo de Pinocho gracias a esta técnica artesanal, plástica y escultórica que captura los movimientos de las figuras fotograma a fotograma. Estas nuevas texturas, con un Pinocho imperfecto consciente de su corporalidad de madera fruto de una noche de borrachera y depresión de Geppetto, están muy alejadas de la representación clásica de niño-marioneta. A los cambios en la imagen, Del Toro suma modificaciones en la narración de los hechos gracias a su colaboración con Patrick McHale. El creador de ‘Más allá del jardín’ y guionista de ‘Hora de aventuras’ coescribe el guion de una historia que, desde el comienzo, tiene claras sus intenciones.
Un precioso prólogo sobre la trágica historia de Geppetto abre la película. Un padre feliz que educa a su hijo y trabaja como reputado ebanista en un pueblo italiano hasta que un bombardeo sobre la iglesia acaba con la vida del niño. Este inicio le permite a Del Toro, por un lado, enmarcar la historia en el periodo fascista de entreguerras y, por otro, presentar su carta de amor a las relaciones paternofiliales. Y esas dos ideas están profundamente conectadas. "Toda la película es una historia de diferentes padres y diferentes hijos. Una de las estructuras paternas más asfixiantes y horrorosas que podemos encontrar es, creo, una dictadura. Las dictaduras toman ideas y las sustituyen por ideologías y exigen obediencia. Y ese trasfondo está dentro y fuera de la historia para mostrar lo importante que es tenernos los unos a los otros”, explicaba el director.
El fascismo como la relación paternal más subyugante. El dominio violento sobre las ideas, sobre los cuerpos y sobre el diferente como mecanismo de sumisión y muerte. Y ahí entra en acción un Pinocho que se rebela contra el mismísimo Mussolini y sus secuaces. Un Pinocho inocente y travieso que solo quiere ser libre y amado por un padre desolado por la pérdida. Todos estos elementos conectan la cinta con otras obras de Del Toro, en cuya filmografía está presente la fantasía emancipadora de los niños, el amor a lo monstruoso y la prisión del totalitarismo ideológico. También, de alguna forma, vuelve al circo de ‘El callejón de las almas perdidas’ como espacio de farsantes con un vampiro que encarna la avaricia capitalista y contribuye a la propaganda fascista.
Y además de todas estas disertaciones políticas que recorren la película, Pinocho es una aventura de liberación que reivindica la desobediencia. “Pinocho veía el mundo como yo lo veía, se sentía abrumado con tantas mentiras y peligros. Y me enfadaba un poco que la gente exigiera siempre obediencia a Pinocho. Por eso quería hacer una película sobre la desobediencia como virtud, algo que es muy necesario hoy, y para decir que no necesitas cambiar para que te amen, que deberías ser amado exactamente como eres”, defiende el mexicano sobre la vigencia de este cuento y su actualización.
En su Pinocho también hay espacio para el humor, para la diversión, para la magia y para la música. Del Toro incluye varias canciones originales -entre ellas ‘Ciao Papa’- que aligeran la carga dramática de la cinta y a su vez desentonan con la oscuridad de la propuesta. Si en la dirección, el guion y la fotografía el director ha contado con algunos de los mejores en sus campos, para la banda sonora repite con Alexandre Desplat (ganador del Óscar con ‘La forma del agua’) y para las voces originales ha llamado a medio Hollywood. Ewan McGregor, Cate Blanchett, John Turturro, Ron Perlman, Christoph Waltz y Tilda Swinton figuran en el reparto. “Esta no es una película hecha para niños, pero los niños la pueden ver si sus padres hablan con ellos”, avisa Del Toro de esta hermosa fábula sobrenatural con la que demuestra que él, como Geppetto, es uno de los grandes artesanos del cine moderno.
José M. Romero
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