Ayudar, sí, pero ¿a quiénes?

Barcelona

La decisión es difícil. La mayor parte de las ayudas a familias y empresas para compensar el alza de precios concluyen a final de año. Habrá que renovarlas. Sí. ¿Pero todas? Ahí está el dilema. Por una parte, los organismos internacionales aconsejan “focalizar” el apoyo en los más vulnerables; en las familias de menor poder adquisitivo; en los que no llegan a final de mes; en los que están en el umbral de la pobreza, o plenamente en ella. La Comisión Europea ofrece incluso una especie de manual, pero de aplicación complicada.

Tienen un argumento muy bueno: como el dinero no es infinito, y como no podemos endeudarnos hasta el infinito, es mejor utilizarlo muy selectivamente, para que sea al máximo provechoso. Para que, además, la deuda pública no se dispare más, lo que siempre acaba siendo peligroso, porque pone en peligro la estabilidad económica y financiera, y entonces los especuladores atacan.

Pero, por otra parte, también está afectada, aunque sea menos dramáticamente, la clase media. Sobre todo a medida que se le acaban los ahorrillos que acumuló durante la pandemia. Y no es bueno que se sienta sola, porque podría ser pasto de demagogos, pescadores en río revuelto y ultras de toda calaña. Y de ahí todas sus cosas buenas (la estabilidad, la ponderación) se convierten en malas (el extremismo, la irritación). De modo que conviene realizar al menos algunos gestos, para que no se vea desamparada.

Hasta ahora las ayudas se han focalizado en vivienda, transporte, energía. Ahora le tocará también a la alimentación. Sería estupendo que alguna sesión parlamentaria se dedicase a una “tormenta de ideas” sobre cuál sería la mejor combinación. Ya se sabe, a más ideas, menos broncas.

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