Benedicto nos ha hecho un favor falleciendo de muy mayor

Madrid

Como aficionada a las buenas historias, consideraciones teológicas o religiosas aparte, y desde el más profundo respeto hacia los creyentes y hacia los ateos, he seguido con enorme interés la narrativa de Benedicto en su momento póstumo, en su ordenada escenografía final.

Me parece que el ex papa nos ha hecho un favor falleciendo de muy mayor, sin traumatismos evidentes y transmitiendo la utopía de que es posible no morir de guerra, ni de hambre, ni de epidemias, ni de desidia oficial, ni de listas de espera, ni de explotación, ni de indiferencia ajena, ni de violencia de género, ni de miedo a todo eso.

Era el tipo de noticia optimista que necesitaban nuestros informativos, nuestros infotainment y nuestras tan humanitariamente intensas campanadas de fin de año. Yo misma precisaba de ello.

Una muerte natural, como remate lógico de una existencia larga a la que deberían acceder hasta los niños que un día desayunaron gachas o mojaron una galleta en una taza de leche, ignorando que, al crecer, un canalla les podía enviar a matarse mutuamente. O que ellos mismos serían ese canalla.

Llevamos tanto tiempo con muertos rotos, con vidas truncadas en tantos lugares, que es de agradecer que el emérito papa yaciente nos haya recordado que, en teoría, podemos aspirar a otra cosa. Verle ha resultado tan entrañablemente engañoso como un pase de Mujercitas o de ¡Qué bello es vivir!