El cuerpo de Benedicto XVI ha sido enterrado este jueves en las grutas vaticanas, en la tumba que ocupó el féretro de Juan Pablo II, tras la misa de exequias que ha presidido el papa Francisco. Al final de la celebración, Francisco pronunció el rito de la ultima recomendación (ultima commendatio) y la despedida (valedictio). «El Dios de nuestros padres conceda al pontífice alabarle en la Jerusalén celestial en espera que su cuerpo mortal resucite en el último día», dijo con gesto serio y compungido. El ataúd fue despedido con una sonora y emocionada ovación y gritos de los fieles que reclamaban que fuese declarado santo. De hecho, entre la asamblea se pudieron ver pancartas pidiendo «Santo súbito» y que sea nombrado doctor de la iglesia, título reservado sólo para contados y renombrados teólogos de la historia de la Iglesia. Poco antes de desaparecer de la vista de la asamblea, el papa Francisco se puso en pie junto al féretro y, posándole la mano, le dio su bendición, en una insólita imagen de un pontífice en el funeral de su predecesor. Esto ha sido posible por la también histórica renuncia que protagonizó Benedicto XVI en febrero de 2013. Desde entonces y hasta el pasado 31 de diciembre, cuando falleció, Joseph Ratinzger vivió discretamente en el Vaticano. El féretro del pontífice emérito fue trasladado tras la misa a la Basílica de San Pedro, donde se enterró en las grutas vaticanas de forma privada. Para ello, se colocó una cinta alrededor del féretro, con sellos del Capítulo de San Pedro, de la Casa Pontificia y de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas. El ataúd, de madera de ciprés, se colocó dentro de otro de zinc que se soldó y selló, y, de nuevo, fue recubierto por una caja de madera que se ubicó en el lugar donde estuvo el féretro de Juan Pablo II hasta su beatificación. Aunque no se ha tratado de una misa de Estado, pues no era un papa difunto, la despedida a Benedicto XVI ha reunido a delegaciones de países como Italia y Alemania y a representantes, a título personal, de numerosos países y confesiones religiosas. La delegación española la ha encabezado la reina Sofía, que ha estado acompañada por el ministro de Presidencia, Félix Bolaños (representante del Gobierno de las relaciones con las confesiones religiosas), y la embajadora de España ante la Santa Sede, la exministra Isabel Celaá. Por parte de la Conferencia Episcopal Española (CEE) han acudido su presidente y arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella; el vicepresidente y arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro; y el secretario general y obispo auxiliar de Toledo, César García Magán. Otros prelados españoles también se han sumado presencialmente a la ceremonia en el Vaticano.