Sin miedo a tomar distancia

Madrid

La última vez que hice una maleta para viajar fuera de mi país, de este nuestro país tan gritón, ocurrió en noviembre de 2018. Recuerdo que, durante los preparativos, me repetí la paradoja que en el filme El turista accidental la voz en off recita, mientras William Hurt ordena su equipaje: "En los viajes, como en casi todo en la vida, no llevar nunca nada de valor, o tan estimado que su pérdida pueda suponer un disgusto". He dicho paradoja porque Hurt, cuando suena esa frase, mete en el maletín la foto de su hijo muerto.

En aquella incursión del 18, corta e intensa, no comprendí que, en mi equipaje, introducía algo que, al poco, iba a sentir perder: mi capacidad para los trayectos largos. Huesos, pandemia, salud e inseguridad se aliaron para que perdiera algo consustancial en mí: pillar un billete (a veces con el regreso abierto), coger la bolsa y salir hacia cualquier lugar del globo, en un arranque. Era huir, tomar distancia, descubrir, descansar.

Hoy me dispongo a salir de nuevo al extranjero, para otra estancia breve, pero honda. Y hago la maleta con un talante distinto. Sé qué es lo que no puedo perder. Ni el deseo de calma, ni el ansia de belleza, ni el afán de relativizar, ni el silenciador que voy a ponerle, millas por medio y ojalá me dure, a este país, este nuestro país tan gritón, del que, por fin, me atrevo a salir un poco.