Seguimos estando y siendo, no solo pareciendo

Madrid

Mi tienda del barrio de suministro de tecnología es, en sí misma, una contradicción. Porque en el asequible territorio blanco y con mucho Apple por doquier, no tienes que pedir cita, no te dirigen a un algoritmo, siempre hay alguien dispuesto a atender. A fuerza de tratarles se han convertido en gente muy querida, porque siempre están para echar una mano. Conozco sus nombres, aunque de vez en cuando se me va la olla; y alguna que otra cosa sé de ellos.

El lunes supe que uno de los chicos, como yo los llamo, acaba de morir de un violento y rápido cáncer. Me lo dijeron al poco de entrar en el espacio blanco, que relucía a la luz de la fría mañana, pero con mucha tristeza condensada en el aire.

Aun así, me atendieron, sacaron ese espíritu valiente, de la cepa del que sabe vender sin frustrar, como aquellas pescaderas de la Boquería que llamaban reinas hasta a las humildes compradoras de caballa de los años cincuenta.

"Ha sido un mazazo", me dijo Luis, después de contarme la tragedia. Y señaló el lugar, en un rincón del mostrador, que Eduardo ya no ocupará jamás, eficaz y silencioso como le recuerdo.

"Os acompaño en el sentimiento", dije antes de salir de mi comercio Apple de proximidad, sito en Fuencarral 104, en el corazón de un Madrid que, pese a todo, late con fuerza, y que te permite aunar la aflicción por los otros con las tecnologías. Pasa en otros lugares, estoy segura. Por eso, esto no es publicidad sino el anuncio de una buena nueva. Y es que seguimos estando y siendo. No solo pareciendo.