Viajar a ciegas en el tren

Madrid

Me gusta viajar en tren, pero me gustaba más antes, cuando aún no se había inventado el teléfono móvil. Entonces podías ir de Cádiz a Madrid imaginando que el señor de bigote y perilla sentado en el asiento de al lado era un espía ruso que llevaba información ultrasecreta a su embajada, Ahora, basta que des una cabezadita para que te despierte el estruendo de un politono de bachata y descubras que es un concejal de Ubrique que va a FITUR.

Aunque no todo eran ventajas. Viajar en aquellos tiempos era una aventura arriesgada porque conllevaba el desasosiego de estar varias horas desconectado. En el vagón se vivía una aparente calma, pero era ficticia. En realidad, te atormentaba la inquietud de no saber si el universo cotidiano que quedaba atrás permanecía intacto durante el trayecto. Si tus seres queridos, que habías dejado en casa perfectamente, seguían bien dos horas después de haber partido el tren o si tu novia, que te había despedido en la estación con un beso, te seguía queriendo a la altura de Puertollano. La de veces que he estado yo a punto de bajarme en Puertollano para llamar a mi novia y preguntarle si me quería y, de paso, si sabía si mis padres seguían vivos.

Viajabas a ciegas, en la indigencia informativa, ignorando todo lo fundamental. Sin saber qué plato se había pedido en un restaurante tu amigo Ramón y sin tener idea de si un gatito había hecho alguna monería y su dueño la había grabado en vídeo. Si, además, eras una persona interesada en la actualidad, a ese estado de tenso desconocimiento se sumaba la incertidumbre de no saber lo que opinaba de Eurovisión un diputado del grupo mixto.

Eran otros tiempos. Duros, agrestes, algo salvajes, en los que viajar en tren tenía una buena dosis de emoción. Esta semana ha vuelto a recuperarla con el asunto de los trenes que no caben por los túneles. Se acabó cruzar Despeñaperros mandándole a tu novia un WhatsApp diciéndole que vas por Despeñaperros. Ahora lo cruzas acojonado y pidiéndole a Dios que no hayan hecho el vagón más pequeño que el túnel.

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