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Berlinale 2023 | 'Manodrome', un fallido 'club de la lucha' para los nuevos incels

Adrian Brody y Jesse Eisenberg firman buenas interpretaciones en una película que se desmadra en el retrato de los 'incels' cabreados con la posmodernidad

Berlin (Germany), 18/02/2023.- (L-R) Actors Adrien Brody, Odessa Young, director and screenwriter John Trengove, and actor Jesse Eisenberg pose at the photocall for the movie 'Manodrome' during the 73rd Berlin International Film Festival 'Berlinale' in Berlin, Germany, 18 February 2023. The in-person event runs from 16 to 26 February 2023. (Cine, Alemania, Roma) EFE/EPA/CLEMENS BILAN / CLEMENS BILAN (EFE)

Los incels están cabreados. Han visto amenazados sus privilegios ante los movimientos por los derechos de las mujeres, las personas racializadas y el movimiento LGTBIQ+. Un cabreo que hacen sentir en redes sociales y en esos foros de internet donde pueden decir todas las burradas del mundo. El director sudafricado John Tengove cataliza esa ira y fustración del hombre blanco CIS y heterosexual en Monodrome, película con la que compite por el Oso de Oro en la Berlinale y que ha acaparado toda la atención en un lluvioso fin de semana gracias a la presencia de dos estrellas americanas, Jesse Eisenberg y Adrian Brody.

Eisenberg, nominado al Oscar por La red social, interpreta a un conductor de Uber obsesionado con su cuerpo y el gimnasio y a punto de ser padre junto a su pareja, una cajera de supermercado. Clase obrera blanca que trata de sobrevivir en una ciudad hostil como Nueva York. La precariedad genera ira, e incomprensión en ese joven frustrado que recuerda en las primeras escenas del Robert de Niro de Taxi driver.

Sin duda, si tiene algún referente claro el filme es El club de la lucha, pero sin el ingenio de Fincher. Manodrome es una secta, liderada por el personaje de Adrian Brody, a la que llega por casualidad el protagonista. Una secta de hombres cansados y cabreados con las mujeres que se basa en una camaradería y unos rituales que, como decía el director en la rueda de prensa rozan la homosexualidad.

Esa secta es la que hará que este conductor cabreado acabe entrando en una espiral de violencia e inestabilidad, lleno de traumas que hacen que explote. "En Estados Unidos es fácil hacerse con un arma. Cualquiera puede adquirirla y evidentemente se usa. Es nuestra tragedia como sociedad", resumía Adrian Brody, sobre cómo los actos violentos van creciendo, desde los comentarios homófobos en el gimnasia, las machistadas dentro de la secta, hasta finalmente usar la pistola. "Esta película va más allá de la masculinidad, habla acerca de la desconexión sobre lo que sabemos que es verdadero, intrínsecamente, y lo que nos lanzan como si fuera la verdad", añadía el ganador del Oscar por El pianista.

"No quería hacer una película sobre la extrema derecha ni sobre internet", decía el director, que regresa a la Berlinale donde en 2016 presentó La herida, una película donde también diseccionaba la masculinidad tóxica a través de una serie de rituales. En Manodrome se intuye una homosexualidad reprimida expresada en actos homófobos y violentos, a través de una mezcla de escenas realistas y momentos oníricos que muestra la propia mente enferma del protagonista, un actor al que se le dan bien los papeles que bordean la inestabilidad, como el villano Lex Luthor en Superman contra Batman, o el propio retrato de un Marck Zuckerberg, un tipo sin habilidades sociales, según el retrato de Fincher y Sorkin.

La película habla también de una orfandad de la figura paterna. El viaje de este joven no deja de ser el de la búsqueda del cariño y reconocimiento paterno, que no ha tenido y que trata de validar en esa secta y en cada ámbito de su vida. "Globalmente es una crisis más amplia, de hombres que reprimen sus sentimientos, compensándolo con hiperagresividad y postureo", añadía el realizador.

Un tema similar, la ausencia del padre y su búsqueda, aparecen en la otra película en competición, The shadowless tower, del director chino Zhang Lu. Una historia intimista y nostálgica de la familia y de los roles familiares. El protagonista es un crítico gastronómico en una ciudad, Pekín, cada vez más decadente y agobiante. Ha dejado a su hija al cuidado de su hermana y su cuñado, mientras él se emborracha por las noches en compañía de una joven fotógrafa que ilustras sus crónicas culinarias.

Si Jesse Eisemberg ahogaba sus frustraciones en el sentimiento de pertenencia a un colectivo, aunque este fuera una secta machista y violenta, aquí este hombre triste las ahoga en el alcohol. No conoció a su padre biológico, se esfumó, pero alguien le ha dado su número de teléfono, lo que pone patas arriba esos viejos traumas familiares. Mirar a la propia paternidad para entender cómo se perpetúan las relaciones con los hijos o con las parejas.

El director chino, habitual de la sección oficial en Berlín, donde ha presentado películas como Dream Desert, Dooman River y Fukuoka, regresa con esta historia configurada a fuego lento, sin altibajos ni grandes aspavientos, con escenas e ideas bonitas, como las llamadas sin respuesta al padre. Además de la paternidad, la familia, las adopciones, la película deja ver una sociedad china cansada y triste, que vive el presente y el futuro sin poder despegarse del pasado, donde la idea del exilio se ve entre el júbilo y la traición. Bonita e interesante y de las mejores propuestas que han pasado por sección oficial.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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