Berlinale 2023 | Estibaliz Urresola destruye los prejuicios hacia los niños y niñas trans en '20.000 especies de abejas', una digna candidata al Oso de Oro
La directora compite por el Oso de Oro en Berlín con '20.000 especies de avejas', la historia de una niña trans que apela a la identidad de la familia
Berlín
El cine es capaz de abordar con sencillez y sin alharacas los grandes debates sociales, políticos y judiciales. Hacerlo desde lo íntimo y logrando emocionar a espectadores que, a priori, ni tienen nada que ver con esas realidades filmadas. Decía Fernando Trueba que él ha conocido mejor lo que pasa en Irán a través de ese cine intimista y sinuoso que hemos ido viendo en las últimas décadas que a través de las noticias. Eso ha ocurrido también con la cuestión de lo trans. En estos últimos años, sobre todo en los últimos meses, hemos escuchado de todo sobre este tema, al hilo de la reciente aprobación de la Ley Trans. El cine ha servido en este caso de una cura contra las fake news en torno a la cuestión de género y sigue sirviendo, gracias a ficciones que han hablado de la identidad, del género en disputa, que diría Butler, desde lo íntimo de esas mujeres y hombres que son leídos de manera equivocada por la sociedad.
Las infancias trans ha sido quizá uno de los asuntos más manidos de los últimos años en ese debate político. Quizá por eso, la propuesta de Estíbaliz Urresola en 20.000 especies de abejas supone un canto a la tranquilidad, una apuesta por la calma y el respeto al tratar con vidas que todavía hoy siguen siendo precarias. La directora de Llodio presenta su ópera prima nada menos que en sección oficial en la Berlinale, donde el año pasado ganó otra directora española Carla Simón, a la que ahora corresponde juzgar, con el resto del jurado, esta película. "Berlín va a garantizar que esta película viaje y tenga la máxima audiencia posible, eso es un motivo de alegría", reconocía la directora en una entrevista en la Cadena SER.
Urresola, que viene de presentar en Cannes su cortometraje Cuerdas, desarrolla aquí una interesante y naturalista propuesta sobre la familia, la identidad y la memoria individual y colectiva. "Queríamos un espacio que no fuera tan estigmatizante, tan oscuro y tan gris como ha sido tradicionalmente retratado el tema trans en el cine. Creo que ahora es posible presentar esta película, porque todo ha cambiado mucho, afortunadamente, aunque no lo suficiente", se refiere la directora a las fuerzas reaccionarias de la extrema derecha, la derecha a secas y hasta de una parte del feminismo.
La película nace en 2018, cuando la directora quedó impresionada por el suicidio de Ekai, un chico trans que puso fin a su vida mientras esperaba el tratamiento de fertilidad. "Era un momento donde la noción de de lo que era la realidad de las infancias trans en el imaginario popular colectivo no tenían nada que ver con la de hoy". Ekai dejó una carta en la que escribía y vislumbraba un futuro más fácil para quienes vendrían tras él. Esa fue la motivación para Urresola. "Me agarré a esa idea que dejaba en esa carta y, por lo tanto, no he querido nunca hacer como la historia del caso de Ekai, ni con un final como el suyo, sino que quería justamente proyectar ese escenario, donde los niños y las niñas que vinieran detrás de él pudieran verse y reconocerse".
Una madre y sus hijos van de vacaciones al pueblo en medio de una crisis vital para todos ellos. "De todas las entrevistas que realicé a familias que habían transitado por esta realidad con sus peques, una de las cosas que más me llamó la atención era, justamente, como decían que no eran los niños y las niñas quienes habían transitado, sino que era la mirada de ellos, como padres y madres, la que había tenido que cambiar, la que había sufrido ese tránsito", nos explica. La madre está a punto de divorciarse, de cambiar de trabajo y de no entender que le pasa a ese hijo sensible, que no se siente cómodo con esa etiqueta de género. En ese pueblo, con sus señoras controlando todo en el banco, con los roles y la imagen de cada uno, pero sobre todo de cada una, ya creadas y trasmitidas generación tras generación, ese niño empezará a transitar su identidad.
Una secuencia de 20.000 especies de abejas basta para romper argumentos y frases falaces contra lo trans. La protagonista, Coco, juega con su nueva amiga, a la que se ha presentado como niña. Juegan y se bañan en el lago e intercambian el bañador, “de chica” y “de chico” sin alarmas, ni preguntas, ni caras raras. Los genitales no son el problema, tampoco la ropa. Después la directora fija su cámara en los dos cuerpos al sol, exactamente iguales, rompiendo cualquier determinismo.
La idea de la escultura como modelaje de los cuerpos y como reflejo de aquello que queremos proyectar aparece a través de la profesión frustrada de la madre, López Arnaiz, que vuelve a confirmarse como una de las grandes actrices del momento. Junto lo trans va indisoluble la cuestión de la identidad, de la construcción, que va más allá de las vidas y los cuerpos trans. "Quería rescatar estas dos ideas, porque me parece que mis anteriores trabajos también ya he ido como reflexionando constantemente sobre la cuestión de la identidad. Y es esa reflexión que me lleva a ir un poco más allá de la condición trans en lo identitario, sino ir a buscar dónde reside esta noción de identidad en sí misma, si es una vivencia absolutamente íntima y personal o hasta qué punto está condicionada por la mirada de los demás".
La incomunicación familiar, las violencias interiorizadas contra las mujeres y la falta de escucha en el otro y en sus necesidades conforman una bonita y cuidada historia con grandísimas interpretaciones, las de Patricia López Arnaiz, ganadora del Goya por Ane, junto con Anne Gabarain, veterana actriz a la que hemos visto recientemente en la serie Patria. Junto a ellas un casting de niñas y niños alucinante. Dos maneras de interpretar que la directora ha sabido enlazar como un todo, reforzando la idea de realismo que emerge en la propuesta del filme. "Con los niños quise trabajar sin guión con la protagonista. Así que trabajamos como en un dibujo muy largo, donde yo le iba contando de una en una las distintas capas que atravesaba su personaje e íbamos dibujando cada capa en una jornada de ensayos", explica la directora.
La directora se apoya en varias metáforas para reforzar esa idea de la construcción social del cuerpo, el género y la identidad. Por un lado, la metáfora de las abejas, de los cuidados, de la labor de cada uno en la familia y en la sociedad, que surge con el personaje de Gabarain, uno de los papeles femeninos más tiernos y valientes de los últimos tiempos. La abeja como animal sagrado en ciertas culturas, entre ellas la tradición vasco, fue el motor para unir la metáfora de la colmena con la de esa familia. En ambas comunidades, cada miembro tiene su función, tiene sus propias leyes y sus dinámicas y cuando algo las altera, todo cambia. La abeja como un animal sagrado ligado a los tránsitos de la vida de los hombres y las mujeres. "Justo en la cultura vasca encontré que había unas baladas muy antiguas que hacían referencia a esto y me parecía muy interesante, porque también las abejas son las representantes de la diversidad. Esta película es una representación de la diversidad, de las formas de estar y de habitar el mundo".
Cuestión filosófica, la de si somos seres que nos construimos en sociedad o si estamos determinados antes de nacer, a la que Urresola se acerca desde el retrato familiar, capaz de conectar con el espectador. "Es esa reflexión también de cómo te han ido modelando no todos estos personajes de esta colmena familiar, en esa experiencia de vida que, para cada una, es única, pero que se comparten también algunas nociones, por ejemplo, el pudor y la herencia, esa cierta vergüenza heredada que nos construye, en especial a las mujeres". Y es que 20.000 especies abejas es una historia también de la violencia social a las mujeres cis. A las mujeres que no se adaptan a los moldes del patriarcado.
La religión y la imaginería religiosa, importante en los pueblos españoles, está presente en el relato, como anécdota, en esa desaparición del santo patrón, y como goteo incesante de valores y creencias que, al final, determinan la posición en el mundo de cada uno de los personajes. "La ciudad, a veces, te puede dar ese anonimato para vivir y transitar y pasar por lugares sin que nadie te reconozca y hacer una performance de quien tu sientes ser o quien quieres ser y que en otros espacios no se te ha permitido, porque en un pueblo estás un poco atrapado, ya que todo el mundo sabe quién eres y y de dónde vienes y quién es tu madre y qué hizo antes. Hay todo un bagaje que ya nos precede", explica sobre la ubicación de la historia en un entorno alejado de las grandes urbes. "Sin embargo, quería un lugar como el que yo nací, que no es tan pequeño y que combina la naturaleza, pero también un paisaje muy industrializado, que rompe ese mito del País Vasco como verde y rural, porque el País Vasco tiene esos espacios, pero también es un paisaje totalmente atravesado por la industria que para mí era el telón de fondo de cómo me sentía, ilustrando la idea de la identidad como una pulsión natural o como una fabricación y cómo eso nos afecta en quienes terminamos siendo".
Hay una idea muy interesante en el filme. Las dos hermanas mayores abuelas y madres, una católica y conservadora y la otra moderna, abierta y atea, tienen hijas completamente diferentes. La atea va a vivir como su hija bautiza a sus nietos. La conservadora se dará cuenta de que su hija va a divorciarse de nuevo y que su nieta es trans. Idea que refuerza la identidad como algo no acabado ni determinado por la biología o los genes. "Soy hija de una familia numerosa y tenemos una red muy cercana y muy nutrida, aún así, muchas veces, me pregunto por la vida íntima y personal de mis hermanos y me parece un misterio. Es como que la familia es un archipiélago de islas y cada isla tiene su propio ecosistema".
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...