Eider Rodríguez: "El feminismo nos ha hecho mirar a lugares a los que no estábamos acostumbrados a mirar y a politizarlos"
La escritora debuta en la novela con 'Material de Construcción' un retrato que parte de la relación con un padre alcohólico para contar a una generación y a un país
Trascender el universo íntimo y privado para contar a una generación, a una ciudad, a un país, no es fácil. Hay que desenterrar el pudor, tener agallas, estilo y una mirada sociológica de las cosas pequeñas. Todo eso lo tiene la escritora Eider Rodríguez que ha dado el salto, del cuento a la novela con Material de construcción, un texto no de no ficción escrito en euskera y traducido por ella misma junto a Lander Garro al español en Random House. Su prosa desgarradora, su estructura a modo de diario y su mirada incisiva, pero sin juicio sobre ETA, sobre el peso de la violencia en la unidad familiar, sobre la ruptura del pacto social, sobre el desclasamiento y sobre la familia están esta historia que lanza preguntas como misiles y donde las respuestas están en cada una de nosotras.
La escritora, que verá pronto uno de sus relatos llevados al cine de la mano de Pilar Palomero, cuenta en esta novela la complicada relación de una joven, la propia escritora, con su padre alcohólico y cómo esta enfermedad salpicó a toda la familia. Con el boom inmobiliario de fondo, y su posterior derrumbe, Rodríguez recupera además unos complicados años 80 y 90 en Rentería, en un ambiente dominado por la violencia, el conflicto vasco y la heroína.
¿Cómo llegas del cuento a esta historia de ficción?
No lo decidí,surgió. Yo estaba escribiendo relatos. Yo me considero cuentista, en ese terreno me siento cómoda, me sacia. Creo que mis historias tienen cabida en un relato. Sin embargo, terminé de escribir uno y cuando iba a empezar a escribir el siguiente, no le encontraba latido, no encontraba el impulso y tenía todo el rato esta historia en mi cabeza. Mi padre había fallecido recientemente y tenía ganas de escribir acerca de eso, pero a la vez me parecía loco, porque yo escribo ficción. Fue mi editora la que me dijo que siguiera con ello y fue un poco el acicate. Me dí permiso a mí misma para escribir y al día siguiente ya tenía un mapa de ella con un montón de notas, porque sin darme cuenta ya había escrito mucho acerca de cosas que están en el libro.
¿Ha sido difícil dejarte llevar, dejarte llevar por recuerdos familiares, jugar al juego de la autoficción?
No ha sido difícil. Para mí escribir es difícil. Escribir relatos me resulta difícil. Tardo mucho desde que empiezo hasta que termino. Yo no tengo ahí una fluidez, ni me viene el relato. Tardo meses en escribir un relato, porque soy muy lenta escribiendo. Me fijo en cada frase y en el ritmo. Sin embargo, este libro me vino casi en bloque. Y fue fácil y muy placentero, a pesar de que también he llorado escribiéndolo. Me vino todo: el ritmo, los diferentes registros, las diferentes texturas. Anduve muy libre a la hora de escribirlo.
El libro está configurado como un diario, da la sensación de que está muy planificado y meticuloso toda su estructura
Sí que tome decisiones antes de empezar a escribir. Tenía ya mucho material escrito y me dejé un poco fluir. Escribí en el libro la segunda cita que aparece. "Vamos a escribir el desorden, dejemos que se escriba o bien a través del silencio o bien a través del olvido". Esa es realmente la primera frase que escribí antes de empezar el libro. Y ha funcionado como un mantra. Quería que se plasmara la relación entre el padre y la hija, más todos los miembros de la familia, más la vida que va pasando, que son 40 años. Quería plasmar ese caos, esa confusión, ese desorden a través del olvido, a través del silencio.
El alcohol forma una piedra angular del libro y lo impregna todo, como impregna nuestra vida sin que nos demos cuenta, algo que a priori está considerado como una cosa festiva, pero es una droga de la que se ha hablado poco
Tenía muy claro que bueno que quería escribir de esta relación padre hija, pero estos personajes no viven en el aire, no viven en una montaña incomunicados, viven en un lugar y en un tiempo y en una casa en unas condiciones determinadas. Y quería que todo eso estuviese ahí, todo lo social. Se ha hablado mucho y se ha escrito mucho acerca de la heroína, incluso se ha politizado, sobre el alcohol no. Parece que es algo totalmente individual, que también lo es, pero no se ha hablado de manera social y me interesaba esa parte también. Retratar a un tipo de gente que no sabe hacer otra cosa más que beber. A mí me gusta beber, pero cuando hay gente que solo bebe para estar anestesiado, ahí hay un problema.
Este padre y esta hija están en un sitio concreto, están en Euskadi. Eso hace que aparezca también la violenta, ETA, algo que se cuela en lo íntimo, se cuela en el silencio también, ¿Cómo afecta eso a una familia?
Nacen ambos en Rentería y crecen y se desarrollan como personas y su identidad se construye ahí. Me interesaba muchísimo retratar el devenir de Rentería, de la evolución e incluso de manera urbanística también, porque todo va unido. Yo nací a finales de los años 70, en el 77, en una época ultra convulsa. La semana en que yo nací, en mi pueblo mataron a dos personas. La policía mató a dos personas. Viví durante muchísimos años cerca de la Casa del Pueblo del PSOE, la que más ataques ha sufrido en el País Vasco. Todo eso quería contarlo con naturalidad, sin adjetivar demasiado, sin juzgar demasiado. Con una posición, evidentemente, porque la tengo. Todo esto formaba parte de un ambiente, de una manera de vivir, de unas costumbres, de unas inercias, de todo. Ese "vosotros", ese "nosotros". La problemática de la lengua, de la cultura. Yo me pongo en frente de un padre, que en este caso es mi padre, y me dispongo a hablar con él y a mirarle a la cara, por primera vez, a través de la escritura. Pero a mi alrededor han pasado cosas y eso tenía que estar. Es cierto que en el libro solo hay hipótesis de por qué bebe, de por qué es alcohólico, de por qué es depresivo, sí es que lo es. No sabemos qué motivaciones podía haber detrás o qué condicionamientos. A veces no son solo cuestiones familiares e íntimas, sino también son sociales, por eso se lanzan esas preguntas, aunque no llego a ninguna respuesta.
¿Es ante todo una novela sobre la memoria y la comunicación?
No lo sé. Al principio del libro hay una constitución familiar que funciona de manera tal que el lector sepa las cosas que pueden suceder dentro de este libro que está leyendo. Es un libro en el que no se muestran los afectos ni los sentimientos, ni uno debe tocarse, donde no se puede tampoco mercadear con el dolor. Cosas así se dicen en esa Constitución que, al final, forja una familia. Creo que todas las familias tienen su propia constitución. Uno de los artículos de esta Constitución es el de la incomunicación. Puede tener que ver con muchas cosas, también con lo social, pero yo creo que es más familiar que otra cosa.
Hay ahora mismo una generación de escritores, sobre todo escritoras, que ahora mismo están mirando esa memoria familiar reciente, ¿está cambiando la manera de enfocar la memoria reciente?
Supongo que sí. Para mí, la familia siempre ha sido una cantera increíble. He retratado muchas veces relaciones familiares, porque me interesan muchísimo. A través de las relaciones familiares se ven relaciones de poder que también son extrapolables a la sociedad. La familia es una institución que funciona como cualquier Estado, con sus leyes, con sus costumbres. Es cierto que, últimamente, se está escribiendo mucho acerca de la familia y, sobre todo, lo estamos haciendo las escritoras. Puede tener que ver con el feminismo, con la fuerza del feminismo que nos ha hecho mirar a lugares a los que no estamos acostumbrados a mirar. Y por otro lado, a politizar esos lugares, como puede ser la familia, los recovecos de una familia. Como escritora, me parece muy interesante darnos permiso para decidir qué temas son importantes. La familia puede ser un tema importante.
Hay una literatura más descentralizada. Hay más mujeres ahora mismo contándose a si mismas y contándonos, ¿puede esto ir hacia atrás?
No creo que pueda volverse. Hemos llegado y todavía hay muchos espacios que conquistar. No me gusta esa palabra tan bélica y con tantas reminiscencias sangrientas, pero sí que creo que hay muchos espacios a los que todavía deberíamos llegar y deberíamos relatar. Pero que hemos llegado está claro. Yo creo que no hay vuelta. Además, tenemos una ventaja y es que nosotras hemos leído a muchos escritores, a muchísimos escritores. Durante mi vida lectora, más de la mitad de lo que he leído ha sido a hombres. Y ellos no. Por eso nosotras siempre vamos a tener esa ventaja de haber leído esas dos partes que configuran la literatura contemporánea y la clásica también.
La novela da la sensación de que la literatura ayuda a quitar lo que está enquistado, ¿Es una de las cosas que te motiva también para escribir?
Yo no me dedico profesionalmente a la escritura. No sé porque escribo, diría por pasión, pero es mentira, porque a veces sufro mucho, otras veces no. Hay otras motivaciones de otro tipo y, normalmente, tienen que ver con la curiosidad o como en este caso, como tú bien has dicho, con querer desenquistar algo. No me gusta la palabra metabolizar, porque de alguna manera la literatura a mí sí que me sirve de trituradora, de aquello que acarreo o aquello que me da miedo. A través de la literatura puedo metabolizar eso. En este caso, ha sido sanador escribir este libro, porque al final he metabolizado una historia familiar e íntima y se ha convertido en una novela de no ficción, pero con un componente más social.
Dentro de esa novela de no ficción, hay dos tipos de relatos de los escritores y directores que se miran a sí mismos o cuentan sus infancias... el modo Annie Ernaux, que va de lo íntimo a lo social, o el modo Iñárritu que se cuenta a sí mismo para sí mismo. Un modo, este último, que se da más en escritores que en escritoras...
Probablemente el feminismo también nos ha enseñado muchísimo acerca de esto. Que todo personal, todo lo íntimo, todo lo que te está pasando a ti, no sólo te está pasando a ti porque eres especial y vienes de un lugar especial y porque tu vida es súper particular, sino porque socialmente hay unas razones. Lo personal es político. La frase que de tanto oírla ya perdió el sentido, pero que es verdad. A mí me interesa esa literatura y ese cine. Me interesa Annie Ernaux, no porque hable de su madre, de su aborto o de su amante; sino porque todo eso me lo está contando desde una visión sociológica y me está hablando de una Francia, de una clase media, de un montón de cosas, no solamente de sí misma.
¿Da pudor contar la vida de tu familia?
Sí, sí, da pudor. Ya no me voy a alargar, porque la respuesta es sí y me parece bien.
Al contar la historia de esta familia, que es la historia también de una época y de un lugar concreto, emergen una serie de valores que no sé si están en entredicho o, por lo menos, en debate. Por ejemplo, la meritocracia. ¿Ha cambiado la sociedad y esos valores?
No había pensado en eso, pero por supuesto que los valores han cambiado, eso lo tengo clarísimo. Al final estos padres, esta madre, porque el padre tampoco opina, quieren que estudie. Lo dicen una frase que para mí es brutal, porque es real: "No quiero que te parezcas a mi". Eso es alucinante. Que alguien pueda llegar a tanto con tan pocas palabras. Eso significa que estudies, que no te cases, que no creas en el amor romántico, etcétera. Eso sí creo que ha cambiado. En este caso, al final, la madre quiere que la hija trascienda de esa clase y de esa manera de vivir. La hija recoge el guante y piensa que a través de los libros va a poder alejarse de esa familia y de ese hogar, e incluso a través de los libros y de la literatura y del arte, va a poder convertir esa decadencia en algo bueno.
La directora Pilar Palomero va a adaptar al cine uno de tus relatos en Los destellos...
Va a adaptar Un corazón demasiado grande, que es el relato que da título a la antología que salió en castellano. Creo que lo va a rodar este año. La verdad es que me hace muchísima ilusión. Todavía no he visto La maternal, pero Las niñas me gustó muchísimo.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...