Mia Hansen-Løve: "Roma' es lo único que he visto en Netflix"
La directora francesa indaga en el duelo y los cuidados en la nostálgica 'Una bonita mañana', una historia que escribió tras la muerte y la enfermedad de su padre. Léa Seydoux es la protagonista
Madrid
Las películas de Mia Hansen Love tienen a grandes rasgos dos características, una que todas se inspiran en su vida o en la de sus seres queridos, madre, hermano, pareja… Otra es que todas exploran los sentimientos humanos sin caer en la sensiblería. En Una bonita mañana la directora recrea un momento concreto de la vida de la mayoría de seres humanos, el cuidado de un padre enfermo y la necesidad de seguir adelante a pesar del dolor y el duelo.
“Todo empezó con mi propia experiencia”, asegura sobre esta historia que sirve de catarsis ante la muerte de su padre. “Tenía sentimientos muy opuestos. Por un lado, como un movimiento hacia la vida, por otro, un sentimiento que tenía que ver con el dolor y la muerte”, cuenta sobre el dilema del personaje protagonista, una mujer que se debate entre la alegría y la pena. "La mayoría de las veces, en las películas, se trata una cosa o la otra. Me gusta que aparezcan las dos, porque eso muestra la experiencia de la vida, que normalmente no está en el cine”.
La actriz Léa Seydoux interpreta a un alter ego de la directora. Una mujer con una profesión liberal y bien considerada, es una traductora con un buen puesto, con un hijo de nueve años, viuda, y que se enfrenta al declive físico y mental de su padre, que padece una enfermedad neurodegenerativa, al tiempo que encuentra de nuevo el amor. “La película trata sobre la crueldad de la vida. Pero yo diría que es una crueldad necesaria, porque tenemos que seguir viviendo. Muchas personas se han encontrado con este sentimiento de culpa cuando tienen padres enfermos. Pero, por otro lado, hay algo probablemente egoísta en ello, pero también vital. Tienes que vivir. Tienes una vida por delante. Tienes que aceptar la posibilidad de ser feliz. Y creo que esta tensión entre el cuidado, el tiempo, el amor que quieres dar a alguien y el deseo egoísta de preservar tu propia vida, tu propia posibilidad de felicidad hay una tensión universal”, explica la directora que ha ido madurando en sus últimos retratos y que después de La isla de Bergman regresa a su mundo familiar y francés.
La película recuerda en muchas cosas a El porvenir, centrada en su madre. “Hay muchos motivos por los que estas películas funcionan como un díptico. Hay una dimensión catártica en escribirlas. No todas mis películas tratan sobre el dolor, y mi madre sigue viva y goza de muy buena salud, y le va muy bien”, cuenta. Tanto en El porvenir como en Una bonita mañana hay una obsesión de la creadora, la de esculpir a sus padres, personas importantes en su vida que quedarán para siempre vivas en su cine. “Hacer películas siempre ha tenido algo que ver con guardar recuerdos que no quería que desaparecieran, de salvarlos. Siempre trataré de salvar algunos recuerdos de la destrucción del tiempo. Y, por otro lado, quiero que mis películas siempre miren también al futuro. Siempre hay esta tensión, entre el deseo de captar la presencia de alguien que ha amado, en este caso, de alguien que ya no está, y el deseo de transformarla en algo que me relacione con el presente”.
El personaje se enfrenta a una decisión habitual en las familias, la de cómo cuidar a un anciano enfermo, al de cómo encontrar una residencia de ancianos adecuada. Algo que abre una dimensión política al cine intimista de la francesa. “Nunca hago mis películas con una intención de que la gente vea un discurso político, pero eso no significa que no lo sean”, reconoce. “He pasado mucho tiempo en las residencias de ancianos, así que conozco todos sus problemas. A veces me ha molestado mucho la situación allí y la falta de atención que se les presta a estas personas y las dificultades por las que tienen que pasar las familias para encontrar el lugar adecuado. Creo que es un enorme problema en nuestra sociedad moderna. Quería que eso estuviera, pero, por otro lado, no me gusta que mis películas parezcan transmitir un mensaje político muy literal”, explica Mia Hansen Love que escribió el guion justo antes de que empezara el confinamiento. “Con el COVID, la situación de las residencias empeoró aún más. He visto la peor cara de la sociedad francesa que no ha dado dignidad a estas personas. El gobierno estaba tan asustado que se olvidó de los fundamentos básicos de la humanidad, como la posibilidad de un funeral, de poder visitar a la gente que estaba muriendo”, confiesa la directora.
Tierna, agridulce, nostálgica y a veces cruel, la película de Mia Hansen Love es el relato del devenir de la vida, a través de pequeñas escenas cotidianas, sin aspavientos, ni grandes dramatismos. Es como el día a día de cualquier familia, pero contado con una belleza austera. “Lo triste es que el padre de esta película, es un padre enfermo, perdido, que se está volviendo loco y está incapacitado. Me entristecía pensar que estaba dando esta imagen de él, cuando en realidad era un hombre brillante, un hombre intelectual. Pero creo que he escrito la película con la esperanza de que a través de la enfermedad, nos sintiéramos como las personas que habíamos sido antes”.
Cada filme de Hansen-Løve responde a un capítulo de su vida, basándose en hechos o en sentimientos que ella misma necesita entender. Desde Maya, donde salía de Francia buscando su equilibro, o Edén, donde hablaba de la generación de su hermano y la música electrónica, o de La isla de Bergman donde explicaba su relación con el cine y también su ruptura con el cineasta Olivier Assayas. También aborda la maternidad, temas que una generación de mujeres directores han ido introduciendo en el cine de autor. “Me alegra formar parte de este movimiento que trata de construir, paso a paso, de crear más intereses para un tipo diferente de cine. Porque sí creo que, aunque no somos todas iguales y no creo que nos defina solo el hecho de ser mujeres, hay un tipo diferente de cine que las directoras están aportando”, apunta mientras insiste en que hay algo hipócrita con el cine de mujeres. “Se habla mucho de las películas hechas por mujeres y luego, nunca les dan premio, ni en Hollywood ni en los César”.
Sus películas nunca han acabado nominadas a los premios del cine francés, aunque siempre están en Berlín o Cannes. Dice que no le importan los premios. Que está en paz con ello. “Me siento más fuerte al no tener que depender de esos premios. Normalmente mis películas favoritas nunca están nominadas, así que estoy en paz con eso”. Entre esas películas favoritas está Roma de Alfonso Cuarón, la única película que ha visto en una plataforma. “Creo que ha sido la única película que he visto en Netflix. Pero soy muy mala, quiero decir, soy muy mala con esas cosas de todos modos. No sé si realmente hay una sola serie que haya visto en los últimos años. No tengo Netflix, Amazon, Disney… Soy como un dinosaurio, comparada con mi propia hija”.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada...