Gustavo Rodríguez: "A los niños hay que hablarles de sexo, de la muerte y sin censurar palabrotas. La corrección política los debilita"
El escritor peruano, Premio Alfaguara de Novela, nos presenta 'Cien Cuyes', una historia sobre la vejez y los cuidados, la soledad y una muerte digna
Gustavo Rodríguez: "A los niños hay que hablarles de sexo, de la muerte y sin censurar palabrotas. La corrección política los debilita"
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El 19 de enero conocimos el Premio Alfaguara de Novela 2023. Fue para Cien cuyes, de Gustavo Rodríguez, una novela tragicómica en la Lima de hoy, que reflexiona con humor sobre la longevidad de las sociedades contemporáneas y la hostilidad a las personas mayores. "Un premio casual, pero significativo por las protestas en Perú", dijo entonces la presidenta del jurado. Afirma el escritor que en Occidente se habla poco de la muerte, al menos con frescura, naturalidad y humor. Un tema tabú, como el sexo, un tema estrella del que se ha escrito más que de la muerte.
Así que en esta entrevista hablamos largo y tendido de la vejez, de los cuidados, de la soledad y de la muerte digna. Con humor y con mucha música, desde los mambos peruanos hasta el jazz, la clásica o Neil Young. Porque la música, como el lenguaje, une sociedades, tiende puentes, reduce brechas. Gustavo es un melómano y sus canciones acompañan la conversación, que recomendamos escuchar.
¿Qué conoces de España?, ¿qué te gusta de nuestra cultura?
Geográficamente conozco varias ciudades, Madrid, Barcelona, Donostia, La Coruña, Sevilla, Granada, Córdoba. Así que ahora que lo voy diciendo, creo que es el país que más conozco después de Perú. Y obviamente no hay peruano o latinoamericano que se apellide Rodríguez o tenga un apellido así, que no tenga de alguna manera la impronta española en sí. Yo hace hace unos años me hice estos test genéticos para saber de dónde vienes y yo pensaba que mi historia venía del Mediterráneo español, con esta cara de moro que tengo. Finalmente resultó que soy 51% andino autóctono de esta parte de Sudamérica y el resto se diluye entre España y un poquito del norte de África. Y es inevitable que con el relato de España que uno lleva consigo, finalmente también uno termine mezclando esta noción originaria que finalmente es la que estoy poniendo en mis últimas novelas. Entonces creo que me fui por las ramas, pero sí está muy presente, obviamente, la herencia española en mí.
Un relato un poco cuestionado.
Sí, es cuestionado, pero no puede ser invisibilizado. Me parece bien que se discuta, yo también soy crítico con la parte negativa de la herencia española. Pero digamos que no hay carne y hueso.
Gustavo es escritor. Nació en Lima en 1968. ¿Has alcanzado la edad en la que empiezan a morir prematuramente los padres de tus contemporáneos? ¿Cuando empieza la muerte a dejar de ser una idea difusa para convertirse en una posibilidad real, como leemos?
Totalmente. Y quizá esa sea la razón que me llevó finalmente a escribir esta novela sobre ancianos solitarios y en declive. Y, por añadidura, el derecho a una muerte digna.
"Bastan 100 cuyes para montar un negocio". Imagino que un cuy vale menos que una langosta, por lo que he leído, pero no me hago una idea. Así que uno busca en Google cuánto cuesta un cuy y te dice entre diez y 80 € cuesta una cobaya o un conejillo de indias. ¿Cuántos son 100 cuyes?, ¿dan para mucho?
Yo sé que es un término muy poco usado por aquí. Es atrevido quizá que esté en el título, pero me gusta ese atrevimiento. Yo sé que los lectores curiosos lo agradecerán después, cuando descubran qué tienen que ver los cuyes o cobayas con la novela. Me gustó usar el cuy un poco como un símbolo de integración de dos sociedades. Yo empecé hablando de esto con una perorata sobre mis ancestros originarios y mi estirpe española. Y creo que el cuy en este caso es también un puente. Además de una metáfora funcional, porque Cien cuyes es la historia de una cuidadora de ancianos que sin proponérselo, se va a convertir en la ejecutora de sus últimos deseos y al final tiene una misión casi imposible que cumplir con un grupo de ancianos en una residencia para ancianos. Y el cuy viene a ser la metáfora de la contraprestación por este servicio entre comillas, que ofrece a estos ancianos, a estos viejitos que tanto quiere.
¿Cuánto cobrar en una situación así?, se pregunta Eufrasia. "Qué tarifa dictaba la conjunción del despiadado mundo exterior con la moral de su mundo particular. ¿Era pecado matar a alguien si el único beneficiado era el fallecido?" Son preguntas que se hace Eufrasia, una mujer muy preocupada por el dinero. Qué difícil para muchas madres Gustavo, cumplir con los negocios y con la maternidad. Háblamos de Eufrasia.
Eufrasia encarna el prototipo del cuidado que tenemos en nuestra sociedad. Yo creo que incluso en España se da eso, ¿no? Que el cuidado le pertenece al mundo de las mujeres. Por un lado, y en el caso de Eufrasia, aparte de ser mujer, es una mujer migrante dentro del país, mestiza, que tiene que trabajar en hogares mesocráticos, más occidentales entre comillas, más blancos, más pudientes. Y creo que esa preocupación por este contraste de cómo en Latinoamérica, y en Lima especialmente, conviven estas dos realidades, la occidental blanca y la indígena mestiza más originaria, pues no podía escaparse. Con una capa adicional. Y es que quizá en España también ocurra, pero ocurre con mucha más claridad en América Latina que estas cuidadoras finalmente se insertan dentro de la familia. Quienes las contratan dicen que son parte de la familia, pero siempre dentro de una ambigüedad, porque a la hora de la verdad no son familia. No se da el sostén económico ni la garantía que te da la familia. Y ella tiene que confiar en su en su progenie, en su hijito, para que finalmente sea su fondo de jubilación. Y eso es lo que pasa en estas sociedades.
Aquí en España los cuidados no sólo recaen sobre las mujeres, sino que los cuidados de personas mayores recaen muchas veces sobre mujeres de América Latina. Coincides en una reflexión con otros escritores que han pasado por este programa y que están en torno a los 60 años, que afirman que la juventud es recordar cuando fuimos jóvenes. ¿Es la juventud un ejercicio de nostalgia venidero?
Sí, evidentemente. Cuantos más años tienes, la juventud se va cargando de nostalgia y termina siendo una quimera del pasado. Un conjunto de fotocopias de fotocopias que terminan no siendo exactas de lo que ocurrió. Pero a mí me parece hermoso que que nos contemos nuestra propia narrativa, nuestra épica, y que esa épica particular nos dé fuerzas o nos haga sonreír para los años del invierno. Me parece totalmente válido. En lo que no estoy de acuerdo es en la narrativa de la juventud mediática, en la medioesfera en la que vivimos. Somos sociedades cada vez más longevas que vamos a tener cada vez más problemas asociados a la tercera y a la cuarta edad, pero que niegan la vejez en sus imágenes y que le rinden tributo a la juventud a través de los filtros en las redes sociales. Yo creo que esta contradicción tarde o temprano nos va a explotar en la cara y ojalá que empecemos a conversar cuanto antes sobre ella. Mi libro es un modesto aporte para el diálogo, para conversar y qué bueno que estemos hablando de esto, para hacernos este tipo de preguntas.
Te quiero preguntar por Jack Harrison, otro de los protagonistas, otro de los enfermos y ancianos, ¿quién es, a cuya memoria dedicas este libro?
Jack Harrison en la vida real fue el percutor de que me haya sentado con frenesí a escribir esta novela. Él era mi suegro. Falleció hace un año y sus últimos meses fueron de una planificación hacia una muerte rodeada de amor. Él era médico y tuvo una muerte gloriosa. Rodeada de amor, de cariño. Y me conmovió tanto ser un asistente privilegiado a este final suyo, que me dije todos merecemos tener una muerte así. Y fue por eso que lo convertí en personaje. Uno de los nueve ancianos que transcurren por la novela es un doctor llamado Jack Harrison que está en sus últimos días y que encuentra en Eufrasia una socia, digamos, una asistente que le ayuda en su cometido. Y fue una persona muy digna. Muy discreta. Yo creo que le habría molestado leer su nombre en la novela, pero por suerte sus hijas están de acuerdo conmigo y me dieron el visto bueno para poder usarlo.
"El polvo acumulado en los focos, las telarañas en los ángulos, el mudo lamento de los objetos nunca más usados y el de los libros nunca más abiertos. Estos son los vestigios de la soledad". La soledad, que es una de las grandes enfermedades de las sociedades contemporáneas, a pesar de lo hiperconectadas que están y de la cantidad de estímulos que tienen.
Sí, y el mayor temor que tengo en mi vida es ser un viejo solitario. No creo que vaya a ocurrir porque pacientemente he ido tejiendo una red amorosa de gente que me quiere y nos queremos todos. Pero el hecho de vivir en ciudades cada vez más grandes, con empleos cada vez más demandantes y con una ideología de la obsolescencia incluso programada, donde cada vez tendemos a cosificar todo, pues quizá la escritura, esta novela, sea una manera de rebelarse contra eso que veo, contra estas consecuencias. Tanto anciano solitario que es visitado como parte de una agenda, de un check que cumplir. Yo creo que en todo anciano solitario hay un joven que pugna por contar su historia y tío Miguelito, que es uno de los personajes de la novela, fue tablista en Perú. Es un país de mucha tabla hawaiana por toda la costa que nos baña. Y él es un ejemplo clarísimo que saca a relucir eso que tiene guardado y que por ataduras físicas no puede expresar.
El libro es una gran reivindicación de los cuidados, pero sobre todo del sistema público de cuidados. Porque "quién me va a cuidar a mí en mi vejez. Usted puede pagar por eso, pero los pobres necesitamos a nuestros hijos". Una defensa de un servicio público, bueno, de sanidad, de cuidados, de residencias, muy deteriorado.
Sí, en mi país y en muchos países de Latinoamérica el Estado abdicó de su rol de proveedor de salud. Eso es lo que veo que no pasa en España, digamos. Usted tiene una sanidad pública que para niveles latinoamericanos es envidiable. Los cuidados dependen del acceso a lo privado, el cuidado de calidad, y, por supuesto, de lo que tu familia pueda ofrecerte de turnos. Sí, es una realidad triste, pero que por fortuna yo he tratado de retratar con humor también, porque a mí el humor como herramienta de defensa, me sale de manera natural desde niño. Digamos que los nerds, los que no sabemos pelear, te necesitamos en el humor a un aliado. Y finalmente, cuando me convierto en novelista, pues me es algo que me vino bien.
Y a propósito de pelear, ¿quién defiende hoy el sistema de bienestar? Porque "los viejos se parecen a los infantes. No sólo en la indefensión física, sino también en que necesitan de adultos activos que peleen por sus derechos". No sé en Perú, pero aquí hemos visto a jubilados, a pensionistas, a los que llamamos yayoflautas, manifestarse en la calle por los derechos que han ido conquistando durante años: un sueldo justo, las pensiones, la educación pública... mientras que vemos a los jóvenes quizás más despegados de la política y manifestándose, sí, por el clima , pero no por el sistema de bienestar. ¿Quién lo defiende hoy?
Mira, en Perú todavía hay voces que están defendiendo a los ancianos por una sencilla razón: la gran, gran mayoría de la población peruana es joven. Todavía es muy joven, al contrario de lo que veo que ocurre en España, o en Europa, o en Mediterráneo o en Japón. Es muy joven todavía, entonces natural, que como masa nos esté haciendo las grandes preguntas celestes. Yo, que ya estoy en cierta edad, ya pasé la cincuentena, pues me hago las preguntas a través de la literatura y espero que muchos más creadores como yo empiecen a hacerlas también públicamente para que encuentren eco en en legisladores, autoridades y después eso, tras un largo camino, llegue a ser política pública. El tema de la muerte, por ejemplo. El problema es que mientras menos hablamos de la muerte, no va a ser una conversación colectiva que haga que los políticos le echen ojo.
¿Sobreprotegemos demasiado a las nuevas generaciones?
Sí, pensando que si les ocultamos hablar de sexo, si les borramos las malas palabrotas de los libros y si no les hablamos de la muerte, los vamos a proteger. Cuando en realidad los estamos debilitando. La vida es cruel. La vida es cruel. Así que prepara a tus hijos. Prepara a tus jóvenes como boxeadores para lo que se viene. No les ocultes lo que se viene, porque después viene el guantazo, después viene el puñetazo.
A propósito de los niños y niñas de hoy, Nico lee uno de los libros que Jack le había regalado. "Aquellas aventuras no habían perdido eficacia a pesar del tiempo transcurrido desde que fueran escritos". Mencionas a Roald Dahl en tu libro. ¿Qué te parece que se escriban ahora sus obras? Tú que eres escritor de literatura infantil y juvenil, también hay un debate que plantea uno de tus personajes desde otro punto de vista. "Tío Miguelito sabía que el uso del humor para contrarrestar la pena podía ser malinterpretado". ¿Dónde están los límites del humor? Hoy hemos visto, por lo menos aquí en España, humoristas multados, encarcelados. La autocensura, la corrección política. En Cien cuyes hay algunas expresiones que pueden sonar homófobas: maricueca, mariconear, que igual invitan a la reescritura dentro de unos años.
Yo soy un total defensor del derecho a que el escritor escriba y no sea reescrito con los años, una vez que se ha muerto. Y por una sencilla razón, es una razón que también puedo enlazar a mi posición frente a los monumentos derribados una vez que derribas un monumento. Por más penoso o terrible que haya sido lo que conmemora ese monumento, como el monumento a los esclavistas, una vez que borras una palabra, lo que haces es borrar también la posibilidad de que haya un contraste, la posibilidad de conocer cómo fue el mundo antes y crea la insostenible realidad paralela por el cual el mundo se inventó cuando tú naciste. Y eso es terrible para el ser humano. El ser humano evoluciona en la medida en que, disculpe la redundancia, ve su evolución. Entonces, cuando borras una palabra para poner otra más amable, o tumbas un monumento y dejas en su lugar un parterre con plantas, estás borrando también la posibilidad de aprender que cometimos estos errores o se hablaba así y ahora ya no es así. No podemos quitarle a las nuevas generaciones esa posibilidad que sí tuvimos nosotros de aprender a través de los errores.
En la novela hay también una radiografía de cómo ha cambiado el espacio físico, no sólo los cuerpos que habitamos, sino las ciudades y Lima en particular. Y a propósito de estas desigualdades que comentábamos. "Casas residenciales convertidas hoy en amplios locales de comida, en establecimientos de autos usados, clínicas cosmetológicas, oficinas, hoteles que no bajaban de las cuatro estrellas, cerros tomados por limeños ricos". Hay una profunda desigualdad social de clases y de racismo también en Perú. ¿Cómo ha cambiado Lima? ¿Cómo se han acentuado estas diferencias?
Bueno, Lima es una ciudad fascinante. No digo que sea ni hermosa ni fea. Yo creo que es fascinante por sus contrastes, por su belleza. Es una ciudad fascinante y de alguna manera, al ser la capital de un país tan centralizado, un tercio de los peruanos viven en Lima. Más de 10 millones de personas viven en Lima. Lima viene a ser una especie de crisol, una especie de resumen del país. Socialmente está muy llena de migrantes de todos los rincones del país, con todas sus cocinas, sus costumbres, su folklore. Y tengo la suerte de vivir en esa ciudad y de poder ser una especie de cronista tan aficionado de lo que ocurre en ella. Durante un tiempo, hasta hace no mucho, pensábamos que íbamos camino a resolver nuestros problemas, nuestras diferencias. Y habitábamos el mito de la gastronomía que nos unifica. Pero a raíz de la pandemia, se desnudó que fuimos un país que confundió crecimiento económico con desarrollo. El crecimiento económico tiene que ver con la construcción de lo material. El desarrollo tiene que ver con la construcción de lo inmaterial, de lo institucional, de lo ideológico. Y eso no ocurrió en la misma medida. Entonces yo te diría que ahora Lima es una ciudad que sigue siendo fascinante, pero que ha vuelto a entrar en discusión consigo misma, donde hemos vuelto a vernos con más suspicacia que antes. Pero igual sigue siendo un lugar hermoso para visitar. Lima es la ciudad que más me ha conmovido y también la que más me ha dolido. Lima es la ciudad donde he visto los atardeceres más hermosos de mi vida y eso que yo he visto atardeceres en todo el mundo. Pero también es la ciudad donde he visto a un novio quemar a su novia en un bus por despecho. Lima ejerce la fascinación de los abismos. Los abismos atraen.
¿Y Perú? Porque "la historia se nutre de ficciones y abiertas mentiras y la gobernanza oscila entre las dictaduras y la anarquía". ¿Cuando se jodió el Perú y, sobre todo, quién lo arregla, cómo se arregla esto?
Uy, yo creo que el Perú empezó a joderse en el momento en que su nombre fue escrito en castellano hace casi cinco siglos. Porque una cosa que de repente no se sepa mucho en España, que a los peruanos nos enseñan en la escuela cuando somos niños y no le prestamos demasiada atención a este detalle. Fíjate, Dani, es que la primera vez que el Perú aparece como nombre en letras occidentales es en un contrato. Tres socios castellanos en Panamá que dicen que se embarcan en una aventura. El Perú nació como una empresa y eso ya te dice mucho de lo que sucedería más adelante. Y bueno, lo que se está viviendo ahora es consecuencia de cómo nació este Perú, que no se llamaba Perú. ¿Cómo arreglas ese embrollo? No sé si se va a arreglar. Honestamente, yo creo que vamos a seguir en el eterno bamboleo pendular entre que nos acercamos a lo que parece ser el desarrollo y nos alejamos hacia lo que parece ser la confrontación. Entonces el Perú, en términos de índice de desarrollo, es un país de media tabla, es un gran país para vivir si tienes los recursos, es un gran país de verdad, es un gran país para visitar, no sé si para vivir, pero es un gran país para visitar.