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Ocio y cultura

'Gozo', el ensayo que elogia la pereza sin culpa y la revisión del trabajo

La escritora y filósofa Azahara Alonso publica un ensayo clave para entender el turismo, la productividad y la felicidad en el que reflexiona sobre la reducción de la jornada laboral

Foto de archivo de la escritora Azahara Alonso / CEDIDA

Foto de archivo de la escritora Azahara Alonso

La escritora Azahara Alonso le ha puesto poesía a eso de hablar del trabajo y del placer. Gozo es su primera novela, tras varias publicaciones centradas en la poesía. En ella ha pergeñado un formato híbrido que va del diario, al ensayo o a la autoficción. Un libro sobre el placer, sobre el trabajo, sobre la culpa. Una invitación a preguntarnos si pasamos demasiado tiempo haciendo frente a obligaciones, si tenemos tiempo libro, si sabemos disfrutar de las vacaciones y si nos culpamos por todo ello. La escritora firma uno de los libros más placenteros y políticos del año, pues no hay nada más reivindicativo que poner el placer y la felicidad en el centro mismo de la vida. Todas estas reflexiones salieron de una estancia en la isla de Gozo, al lado de Malta. Un lugar lleno de turistas, donde el tiempo tiene otra manera de ser contado y vivido y donde la escritora, de formación filósofa, pudo reflexionar sobre qué conforma nuestra identidad, si nuestro yo en el trabajo o nuestro yo en el tiempo de descanso y relajación. Pero además, Gozo es también una reivindicación de la lectura y de disfrutar de ella.

En el libro hablas también de que eres más lectora que escritora, ¿por qué?

La razón del por qué soy más lectora que escritora no estoy segura de tenerla bien formulada, pero quizá tiene que ver con que cuando eres niña, empiezas a leer de manera casi natural de esa cultura natural y eso va generando una familia extra que te acompaña incluso cuando después empiezas a escribir años más tarde.

Es un libro fresco y filosófico a la vez, y es raro que esos dos términos coincidan, la filosofía que propones en Gozo, ¿es una filosofía del disfrute?

Sí, pueden ser términos contradictorios. Es difícil que combinen, cosa que me alegra muchísimo. Creo que la filosofía, y de hecho a mí siempre me interesó así y por eso tuve ciertos problemas durante la licenciatura, tiene que ser algo fresco y liviano que nos ayude a pensar sencillamente, no a emborronar las cosas.

Abres un debate que, después de la pandemia, tiene más presencia, que es el de la productividad, qué hacer con nuestras vidas en una sociedad que solo nos lleva a producir

En mi caso, es anterior a la pandemia. Quizá estaba ligado a la vida en lo que llamo en el libro la ciudad grande, la vida en Madrid, que me resultaba quizá un poco difícil para combinar la vida y el trabajo. Sobre todo en el ámbito de la cultura , donde es tan precario todo, o por lo menos en ciertas generaciones, ciertos trabajos, donde incluso es difícil vivir de ello.

Hubo una serie de generaciones que callaron ante la precariedad, pero ahora se está diciendo no... ¿hay un cambio?

Espero. Creo que sí, que por lo menos esa toma de conciencia nos ha ayudado en algún caso a decir no, y por eso, parte de lo que hago en el libro es que intento contar que se puede decir que un trabajo no es el gran eje de la vida, que en parte sí, por supuesto, porque es la supervivencia, pero hay otros ejes. Y se puede sencillamente tomar un respiro, si es posible dentro de las condiciones materiales. Tampoco vamos a perder tantísimo. Una vez, un taxista, al hilo de esas conversaciones que se forman, me dijo que ahora los jóvenes no quieren hacer horas y que él las hizo todas. Y claro, piensas que también hubo una época en la que no teníamos derecho al voto de las mujeres y ahora sí. Hay que ganar algo en cada generación. Supongo que los jóvenes sí que han visto que esa meritocracia no es tan limpia como parece. Que hay muchos más factores que entran en juego.

Hay en Gozo una mirada sobre el turismo, te vas a una zona que ahora está muy masificada, pero hablas de cómo hemos cambiado a la hora de recibir a los turistas, pero también de ser turistas nosotros... hay hasta obligaciones fijadas...

La reflexión va un poco en torno a la conciencia de qué estamos haciendo cuando visitamos otros lugares. En las ciudades grandes, aunque creo que ya en casi todos los sitios, tenemos mucha consciencia de estar siendo invadidos por una cierta forma de consumir los lugares. Y sin embargo, lo ejercemos al mismo tiempo, porque esa productividad nos agota tanto que solo queremos escapar, pero salimos perdiendo. La gente que no puede acceder a la vivienda sale perdiendo, sale perdiendo toda una forma de vida que creo que nos olvidamos que existe cuando lo ejercemos.

Luego está el turismo de la foto, del selfie, de ir a los lugares obligatorios a los que hay que ir, como el turista modelo y consumidor.

Sí, así es el circuito. Un poco de cada lugar para cumplir con esas visitas que todo el mundo hace o quiere hacer. No era mi intención ahondar en esa la diferencia clásica entre el turista y el viajero, que creo que está obsoleta, sino un poco de alertar de no trabajar en el ocio. De no hacer lo que se supone qué tenemos que hacer. Por lo menos que pensemos qué nos apetece cuando vamos a otro sitio. Quizá no es agotarte yendo en ese tour.

¿Tu has conseguido cambiar esa forma de ser turista?

Esa forma la ejercí muy potentemente en los viajes de estudios. Es inevitable. Me fui bastante jovencilla a ese lugar, a esa isla, creo que tenía 23 años, y el vivir en otro lugar, intentar adaptarte hacen que las cosas cambien. Las dificultades de que te acepten siendo del sur de Europa también, ya que hay cierto rechazo. Todo eso creo que me situó en un lugar en el que ya empecé a mirar de otra forma y fue imposible seguir ejerciendo ese turismo anterior.

¿Has vuelto a Malta?

Sí, vuelvo una vez al año. Bueno, estos dos últimos no he podido, pero vuelvo una vez al año a casa de mis caseros y amigos que tenemos allí. Es un poco como visitar a la familia. Y en esa vuelta anual, cada año noto un poco cómo se radicaliza ese tipo de vida turística general.

Es un ensayo, una crónica, un diario... Digamos que las fronteras en general no están claras, lo cual hace más interesante la lectura. ¿Era algo preconcebido en algo que ha ido surgiendo al escribir?

Es un poco el hacer de la necesidad virtud, porque me encantan los libros que no responden claramente a un género y de alguna forma es un poco lo que hablábamos antes, que si te gusta mucho leer, creo que vas a acabar escribiendo o probablemente.

El título de la novela es Gozo, que es el nombre de la isla desde donde escribes, pero además una palabra que invita al disfrute, ¿no sé si también ese gozo tiene un lado peyorativo y de culpa?

Creo que hay otra contradicción en torno a cómo tenemos que estar todo el tiempo bien, contentas, productivas, disponibles, alegres, incluso gozosas y gozosos. Y cómo al mismo tiempo, no se nos permite ese placer de vivir, porque tenemos que responder a algo mayor. Creo que me he decantado por esa parte. La palabra tenía una ambigüedad que también responde un poco al carácter religioso del lugar.

Ahora que mencionas lo de la religión, ¿tiene todo esto que ver con la culpa católica a no hacer nada?

Yo creo que la culpa es ese elemento de toda la tradición judeocristiana que allí está muy presente y, al final, si tenemos que luchar contra algo, yo creo que tiene que ser contra algo que no nos permita cierto bienestar. Yo no me libro en ningún caso, pero lo intento.

El libro aparece en un momento en que se ha abierto el debate político sobre reducir la jornada labora, pero ¿es un debate que afecta a todo el mundo? ¿podría sumarse a eso una limpiadora?

Justo en esto pienso en Bertrand Russell que en el libro Elogio de la ociosidad, que es un compendio de ensayos, dedica uno a esto. En su momento me sorprendió muchísimo que no rompe para nada con el sistema, pero ofrece cierto bienestar del que hablábamos. Dice que si todo el mundo trabajase un poco menos, ni siguiera mucho menos, solo un poco menos, todo el mundo tendría también unas condiciones de vida bastante mejores, con un ocio más rico y con supervivencia. No habría esa bolsa de paro tampoco tan grande.

¿Entonces es factible la jornada de cuatro días en un país como en España?

Yo creo que ahora mismo, tal como nos planteamos las cosas, creo que caería encima la losa de la pereza y de no estar cumpliendo con lo que debemos. Creo que no es algo que se esté ni siquiera planteando lejanamente para el futuro. No es una atmósfera amable para pensar siquiera eso.

¿Cómo es tu vida ahora?

La peor. Soy trabajadora autónoma. No tengo horarios. Lucho todo el tiempo y digo si yo leyera este libro ahora, ¿qué me diría? Y pienso en apagar más el móvil, en no estar disponible todo el tiempo y en no sentirme culpable.

¿Se puede gozar en la era de los smartphones?

Ojalá. Lo único que creo que lo puede vehicular un poco es apagar el móvil los fines de semana. Si no, no encuentro la manera de hacerlo posible.

Te planteas en qué momento tu vida empezó a ser accesible solo en vacaciones. ¿por qué hemos llegado a eso? ¿ya no nos vale ni un fin de semana?

Un fin de semana pasa tan rápido que sabes que el lunes vas a volver. Pero sin embargo, las tres semanas que yo me iba de Madrid a la otra casa, al norte, sí que tenía un horizonte. Puedo ahora mismo permitirme no trabajar hoy. No solamente leer por trabajo, ver a alguien, escribir un poco sin que sea un artículo. Y ahí creo que es donde se accede a esa vida que teníamos abandonada, porque lo urgente se impone a lo importante.

Dices que Gozo es una novela hecha con fragmentos, ¿en qué sentido?

Esa idea de la reconstrucción de la isla a partir de los fragmentos de una letra, de una canción de Jimi Hendrix, ahí aparece mi obsesión por toda la música de los 70. Me parecía que la escritura fragmentaria, que no podía abandonar de libros anteriores, que no quería abandonar, y la formación de ese pedazo de tierra flotante podían tener cierta coherencia.

Se habla en el libro de días perdidos, ¿deberíamos definir qué es perder un día?

Lo hago con cierta ironía, porque luego, en otra parte, digo que quiero que todos los días sean libres. Entonces los días perdidos, aunque sea con ironía, son esos en los que no hago lo que pretendía, lo que me proponía, y parece que son días que se pierden. Y quizá es un poco al contrario. Solamente sería al contrario si nos libramos de la sensación de culpa, al menos yo, porque así tendría un poco más esa visión de bueno, pues he hecho lo que me apetecía.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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