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Éric Vuillard airea los fantasmas de pasado colonial de Francia en 'Una salida honrosa', su nueva novela histórica

El escritor francés ahonda en el conflicto de Indochina y en cómo la banca y las empresas empezaron su dominación sobre la política ya en los años cincuenta

Fotografía del escritor francés Éric Vuillard / Tusquets

Existe un distrito en París, el VIII, que sirve para relanzar de nuevo la teoría del antropólogo Levi-Strauss, su teoría de las alianzas de los matrimonios intertribales reproducido en la burguesía financiera parisina. La misma que se infiltró en todo consejo de administración, de guerra o comisión política que repartió el mundo y sus productos y a sus habitantes en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta. Ellos hicieron la colonización y ellos salieron indemnes, más o menos, de sus consecuencias. Ese es el relato que hace el escritor francés Éric Vuillard en su nueva novela histórica, Una salida honrosa, publicada de nuevo en España por Tusquets.

Tras haber contado los claroscuros de la francesidad en sus anteriores novelas, como 14 de abril donde ahondaba en la toma de la Bastilla o en El orden del día, sobre el papel de Francia en la Segunda Guerra Mundial, el escritor usa su característico estilo para quitarle todo el glamour y la intelectualidad a aquellos gobernantes que perdieron Indochina. Considera Vuillard que la guerra de Indochina no es tan recordada en Francia como la de Argelia. "La guerra americana de Vietnam ocultó la guerra francesa, e incluso el cine americano hizo que los vietnamitas fueran meros figurantes, son los adversarios, anónimos, invisibles".

El libro, que usa el tono de ensayo histórico novelado, nos adentra en uno de los conflictos armados más longevos del siglo XIX, la Guerra de Indochina, donde dos potencias coloniales, Estados Unidos y Francia, fueron derrotadas en esa región asiática. 400.000 bajas tuvieron ambos países frente a los casi cuatro millones de vietnamitas asesinados, tantos como franceses y alemanes sucumbieron en la Segunda Guerra Mundial. Son un diez por ciento más de víctimas que quedaron en el olvido. El libro comienza con una reflexión sobre el turismo, con frases y léxico que encontraríamos en guías para recorrer aquella zona del planeta. "El turismo no deja de ser una prolongación del sistema colonial", decía en una entrevista con la agencia EFE.

Sin embargo, éste no es este un libro que se centre en las víctimas, sino en instantes decisivos de esa guerra y su declive final. Instantes que suceden en un bistró parisino, en una sesión tensa de la Asamblea Nacional, en el bulevar Haussman de París, ubicado en ese distrito donde los ricos respiran un aire diferente. Son una población “protegida”, como escribe Vuillard. Son el consejo de administración que aspira a dirigir Francia o cualquier país, y que finalmente, consigue, nos dirá el futuro y la crisis de 2008, su propósito. Precisamente es ese momento, el clack de 2008 lo que terminó de politizar a este escritor nacido en Lyon y afincado en Rennes, desde donde escribe sus pequeños libros de pobres y víctimas de la historia, con uno de los cuales llegó a ganar el Premio Goncourt, el más importante de las letras francesas.

Éric Vuillard se radicaliza en cada novela un poco más. En esta hay además un retrato que tiene que ver con el poder económico, que en los cincuenta y sesenta echó raíces en los consejos de administración de bancos, empresas de neumáticos, como Michelin, en empresas de dragados, de petróleo, carbón, etc. Un retrato de las alianzas y los tentáculos de ese poder financiero que hoy actúa exactamente igual que ayer. Los puros en los reservados no se han prohibido. El coñac se ha cambiado por whisky o ginebra aliñada, pero sigue habiendo una copa antes de la rúbrica final de un contrato millonario que acabará como acabaron aquellos de Navarre, de Castries y compañía.

Indochina quizá quedó sepultada por la ferocidad de la guerra de Argelia, conflicto más cercano y económicamente más inmediato y acuciante. El gas estaba en juego. También una gran parte de colonos franceses que perdían su lugar. Argelia ocupó todos los flashes e Indochina quedó en el olvido. Algunas películas, algunos relatos e incluso historias íntimas de bebes adoptados o robados en la ex colonia. El escritor encontró documentos que contradicen la tesis relativista sobre el colonialismo, entre ellos un informe de la inspección laboral a empresas que operaban en Indochina como Michelin o las actas de las intervenciones políticas en la Asamblea Nacional.

Hay un capítulo en el que el escritor detalla los métodos de extorsión y criminales de los hermanos Dulles, uno de ellos jefe de la CIA, la inteligencia americana, durante las décadas más duras de la agencia y de la política exterior americana. Se centra Vuillard en el Congo, en el asesinato del presidente legítimo, Patrice Lumumba. En la tortura, la extorsión y el golpe de estado a la democracia por temor a perder el cobre y los minerales necesarios para que esos consejos de administración que controlan todo no dejen de ganar ni un franco, ni un euro de menos. Leyendo ese trozo del libro es fácil acordarse, y más estos días en que recordamos el asesinato de José Couso y Julia Anguita Parrado, la guerra de Irak. Guerra ilegítima. Un fracaso en términos militares, como lo fue Indochina, un éxito en términos económicos, como lo fue el Congo y tantas otras.

Ahí queda el retrato del cineasta Adam McKey en El vicio del poder sobre los beneficios económicos que sacó Dick Chenny, vicepresidente americano que convenció a Bush Junior para ir a la Guerra de Irak. Todos los implicados, Powell, Rumsfeld, Bolton, Rice y Bush y Chenny sacaron puestos de trabajo y dinero después de aquella operación, como lo sacan los protagonistas de Una salida honrosa. Esa es la salida honrosa, correr un tupido velo, salir con el mismo o más dinero y cambiar Indochina por el siguiente destino: América Latina en el caso de Estados Unidos, otras colonias galas en el caso de Francia.

El autor que tiene un libro, Congo, dedicado al país africano y a la colonización belga, se vuelve más literario y duro en estos pasajes. Como si buscara en la historia reciente de Europa esos puntos de ruptura que nos han traído hasta el momento actual, Vuillard sigue diseccionando cada momento íntimo y casi cotidiano de gobernantes, ricachones y jefecillos militares que tuvieron mucho que ver en los sucesos de aquellos días. La guerra de Vuillard y sus bambalinas no tienen en su prosa la grandilocuencia de la ficción hollywoodiense. Primero porque no hace ficción, segundo porque no hay victorias ni héroes. Al final, lo que retrata la novela es la eterna guerra de poderosos contra los débiles, donde en algunas líneas la ira del escritor emerge por encima de todo lo demás.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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