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El verdadero genio del cine musical

Arthur Freed produjo grandes éxitos como Gigí, Magnolia, Brigadoon, Melodías de Broadway 1955 o Un americano en París. El 12 de abril se cumplieron 50 años de su fallecimiento.

Arthur Freed, productor y letrista

Gene Kelly saltando de charco en charco en Cantando bajo la lluvia; Fred Astaire bailando por el techo de una habitación en Bodas reales o Judy Garland cantando a bordo de un tranvía en Cita en San Luis. La mayoría relacionamos los clásicos del musical con sus actores protagonistas. Algunos, más cinéfilos, lo hacen con sus directores, pero tan importante como ellos, en éstas y otras muchas películas musicales, fue un hombre cuyo nombre es mucho menos conocido por el gran público: Arthur Freed. Él representó como pocos la figura del productor entusiasta y creativo, un auténtico enamorado del cine, con sentido del espectáculo y capaz de arriesgarse por la película en la que creía. Durante los años 40 y 50 del siglo XX estuvo al frente de la división de películas musicales de la Metro y bajo su tutela se gestaron algunos de los mejores títulos de la historia del género.

Freed descendía de una familia muy vinculada a la música. Su padre era tenor y él empezó su carrera a los doce años cantando y bailando claqué en los espectáculos de vodevil. Pero lo que de verdad le gustaba era escribir canciones. Fue así como se convirtió en letrista de canciones formando asociación con el pianista Nacio Herb Brown. A finales de los años 20 la pareja fue llamada a Hollywood como tantos otros para contribuir con sus canciones al naciente cine musical. Arthur Freed se convirtió durante los años 30 en uno de los compositores habituales del estudio creando canciones para películas como San Francisco, Una noche en la ópera o Melodías de Broadway 1936.

Arthur Freed y Nacio Herb Brown

Arthur Freed y Nacio Herb Brown / John Springer Collection

Arthur Freed y Nacio Herb Brown

Arthur Freed y Nacio Herb Brown / John Springer Collection

Pero a medida que iba conociendo más el medio, Freed deseaba implicarse en otras tareas más allá de la música. Tareas como la producción de películas. Louis B. Mayer, el jefe del estudio, le dio la oportunidad de hacerlo y él aceptó a pesar de que el sueldo de ayudante de producción era cinco veces menor que el de compositor. Y enseguida su trabajo dio sus frutos. “La primera idea de Arthur Freed como productor fue hacer un musical con el libro El mago de Oz. Convenció a Mayer para que comprara los derechos a muy bajo costo. Arthur era también el hombre del concepto. Tenía toda la idea de la película. También eligió a Harold Arlen y a Yip Harburg para que escribieran la banda sonora”, contaba Hugh Fordin, el biógrafo de Arthur Freed.

Fue Arthur Freed también quien apostó por Judy Garland como protagonista nada más ver su prueba de casting, en contra el criterio de Mayer que quería a Shirley Temple para el papel y, gracias a su empeño, la canción Over the rainbow no fue eliminada del montaje final. “Tras la primera proyección que se hizo de prueba, Mayer pensó que Over the rainbow retrasaba la acción y mandó quitarla. Pero mi padre emprendió una auténtica cruzada personal para que fuera conservada”, recordaba Barbara Saltzman, hija de Arthur Freed. Tres veces la canción fue suprimida del montaje y tres veces Arthur Freed consiguió incluirla de nuevo con su insistencia. Y vaya si acertó porque Over the rainbow ganó el Oscar a la mejor canción de 1939 y se ha convertido en uno de los grandes clásicos de la música de cine.

El éxito que tuvo El mago de Oz hizo que Mayer tomara buena nota de las actitudes del novato. Fue así como nuestro hombre se puso al frente de la unidad principal de producciones musicales de la Metro. Su primer trabajo en el nuevo puesto fue una película de Judy Garland y Mickey Rooney: Hijos de la farándula, dirigida por Busby Berkeley en 1939. Pero su consagración definitiva como productor llegaría en 1942 con el enorme éxito que consiguió con Cita en San Luis. Arthur Freed, además, cantaba una canción que él mismo había compuesto, You and I. Era el actor Leon Ames el que movía los labios, pero la voz era de Freed. El productor se convirtió a partir de entonces en uno de los personajes más queridos y respetados de la profesión. Ningún director tuvo nunca motivo de queja contra él y jamás entorpeció el trabajo de sus colaboradores, sino que, por el contrario, procuró poner siempre a su disposición los mejores medios. Fue él también el que impuso en el género la continuidad entre los momentos de comedia o dramáticos y los números musicales. A diferencia de las películas que se producían en los años 30 del siglo XX los bailes y canciones no eran ya interludios, sino que se integraban en la historia haciendo avanzar la acción. Fue también un productor valiente que no dudó en aceptar el riesgo que suponía cuando Stanley Donen le propuso rodar fuera del estudio los números musicales de Un día en Nueva York, algo que jamás se había hecho hasta entonces.

Pero su mayor virtud fue la de saber rodearse de los mejores colaboradores. Su equipo de trabajo era impecable y tenía un gran prestigio en Hollywood. Lo formaban desde directores y actores a coreógrafos, músicos, guionistas o técnicos. ¿Que hacían falta dos jóvenes para un musical de adolescentes?, allí estaban Debbie Reynolds y Carton Carpenter. ¿Que se necesitaban protagonistas capaces de cantar y bailar? Tenían a Judy Garland, Gene Kelly o Cyd Charisse, estrellas todas ellas lanzadas por Freed.

El productor dio también sus primeras oportunidades a directores como Vincente Minelli, Stanley Donen o Richard Brooks. Con la ayuda de todos ellos Arthur Freed produjo grandes clásicos del musical como los ya mencionados y otros como Gigí, Magnolia, Brigadoon, Melodías de Broadway 1955 o Un americano en París. En este film Arthur Freed abordó uno de los retos artísticos más importantes de su carrera con el ballet final de la película. Un número de veinte minutos de duración sobre la base de la música de George Gershwin y la inspiración visual de los cuadros de los pintores impresionistas. Todos los que le vaticinaron el fracaso por lo descabellado del planteamiento tuvieron que tragarse sus palabras cuando el film ganó el Oscar a la mejor película de 1951, éxito que Arthur Freed prolongó al año siguiente con otro clásico aún más popular: Cantando bajo la lluvia.

Cantando bajo la lluvia fue un proyecto personal de Freed. Su idea era hacer un musical con algunas de las canciones que él había compuesto tiempo atrás junto a Nacio Herb Brawn, como la propia Singin’ in the rain”, creando nuevos números musicales en torno a ellas. La película se ambientaba en la etapa del paso del cine mudo al sonoro, etapa que el propio Freed había vivido muy de cerca. En ese sentido es casi una película autobiográfica. El personaje del jefe del estudio está directamente inspirado en él, y algunas de las escenas están calcadas de anécdotas y vivencias del propio productor. Como aquella en la que entra en el plató y tira de un cable lanzando patas arriba a su estrella.

El segundo Oscar de su carrera no lo ganaría por Cantando bajo la lluvia sino unos años después por la película Gigí. Y en 1967 recibiría además otro honorífico. En 1957 Arthur Freed dejó el departamento musical de la Metro y debutó como productor independiente con la película La bella de Moscú, pero el género musical perdía cada vez más fuerza. Sin embargo, a Freed no le interesaban otros géneros. De hecho, en toda su carrera solo produjo cuatro películas no musicales. Así que en 1960 hizo su último musical, Suena el teléfono, y decidió retirarse. Arthur Freed tenía sesenta y cinco años cuando se retiró a su mansión de Beverly Hills, apartándose por completo del mundo del espectáculo. El resto de sus días los dedicó a su hobby favorito, cultivar orquídeas. Murió el 12 de abril de 1973 de un ataque al corazón. En sus memorias, el director Vincente Minnelli resumía mejor que nadie la aportación al cine de Arthur Freed. “Cuando hoy los cinéfilos destacan mis contribuciones a la evolución del cine musical yo me declaro inocente. El auténtico revolucionario fue Arthur Freed. Más que ningún otro él lo hizo posible. Daba una libertad extraordinaria a quienes trabajaban con él, sabía apreciar el talento cuando lo tenía delante y no reparaba en esfuerzos hasta conseguir lo mejor de lo mejor. Él fue el verdadero genio del musical”.