Las vidas de una caseta
La primera caseta en la que recuerdo haber entrado es en la pequeña casa de aperos del abuelo de un amigo
El destello de Antonio Lucas | Las vidas de una caseta
Cuando pienso en una caseta recuerdo la primera en la que entré en mi vida: ni del libro, ni de feria. No era de esas. La primera caseta en la que recuerdo haber entrado es en la pequeña casa de aperos del abuelo de un amigo donde a los ocho o 10 años varios chicos y chicas fundamos una hermosa cofradía de amistad imbatible y eterna que duró lo que en verdad tardó en acabar el verano: unos 15 días más. Estábamos en la playa. Ahí entendí que algunas promesas de amor y fraternidad duran unas vacaciones. Aquello me apenó mucho, pero al año siguiente ya tenía una logia nueva. Y así sucesivamente durante los años de la adolescencia. Y a partir de entonces ya sí: en esa caseta (a la que seguíamos regresando) se forjaron amistades que duran hasta hoy.
Pero como estamos en tiempo de casetas del libro, como cada año por estas fechas, hablaré de mi primera experiencia de lector haciendo cola para que me firmase un libro Carmen Martín Gaite. Intentaba ganarme la atención de una compañera del instituto que me había dicho que su madre era la más lectora de Carmen Martín Gaite. Así que fui a comprar uno de sus libros, 'Nubosidad variable', en la librería Rubiños. Caminé después hacia el Retiro. Era un sábado por la mañana. Había consultado el día anterior las firmas en la caseta de informacion de la Feria. Hice una cola generosa. Aquella mujer me sonrió, me preguntó si me gustaba la literatura, me sonrió de nuevo y me quedé tan abducido que al llegar a casa me puse a leer. La novela está firmada así: "A Isabel, por la suerte de tener un mensajero tan atento, con mis mejores deseos. Carmen M. Gaite". A mi amiga no le di el libro, me pareció demasiado desprenderme de aquello, así que lo tengo dedicado a su madre.
Pero en las casetas de la feria pasan cosas tremendas. Hace no demasiado iba a firmar algo de poesía a la caseta de Chus Visor y al llegar vi una cola espléndida, la cola del éxito, el triunfo hecho cola. Tanta gente no podía estar esperándome a mí, pero y si fuese cierto... Me acerqué y era un influencer o algo así. Al lado estaba el cartelito con mi nombre. El muchacho no paró de firmar haciendo entre firma y firma aspavientos con la mano del cansancio de tener tanto trabajo. Yo, a su vez, movía mis manos para que no se entumeciesen de la falta de oficio. Y cuando por fin se acercó alguien, un señor de cierta edad, me preguntó que quién era el que reunía a tanta gente y cuando se lo dije marchó cabeceando en señal de desaprobación. No sé si por él o por mí. Así que en algunas casetas, me parece, lo mejor es estar en la parte de afuera.