Los bocadillos
"Al abrir el bocata en el patio, me acordaba del bocadillo de mi padre, y así la mañana era un mayo del 68 donde iban juntos estudiantes y obreros"
Los bocadillos
Barcelona
De qué me sirve, digo yo, haber leído a William Burroughs cuando, al final, lo que quiero es un bocadillo de mortadela con olivas. A las olivas, también se las llama aceitunas, va en función de si se dice en latín o en árabe. Como materia, tiene más alcance la oliva. Ahí está Teodoro García Egea, por ejemplo, que, en el año 2008, fue campeón mundial de lanzamiento de hueso de oliva mollar, en Cieza, donde era concejal. Alejó casi 19 metros. El hombre es un ser de lejanías, ya lo dijo Heidegger, y Umbral lo elevó a consigna. Las aceitunas, por su parte, son más raciales. Cuando el maestro nos explicó los continentes, nos habló de las razas humanas. Ahora hemos entendido que no existen. Para aprender, hay que decir muchas tonterías. Cada vez que el profe decía tez aceitunada, yo me imaginaba la cesta de Navidad con una lata de aceitunas, y me entraba hambre. Un hambre de bocadillo, no de plato. Porque con el bocata me sentía libre, y el plato me condenaba al costumbrismo. Ahora no se dice costumbrismo. A contar que oímos el tambor de la lavadora lo llamamos testimonio autobiográfico. Ya no hay lejanías, sólo hay yo. Llevo dentro de mis lecturas un tambor de hojalata, el de Günter Grass. De crío, pensaba que Günter Grass era cuando se hacían los carnavales de Nueva Orleáns. El bocadillo que a mí me hacía escolar a mi padre le hacía obrero. Teníamos la hora del recreo en el cole como en la fábrica tenían la hora del bocadillo. Esta se trataba de una conquista sindical. En ambos casos, la palabra hora se refería al momento, no a la duración. No hay conquista sindical que dure una hora. Ni siquiera hay conquistas, solo hay reformas. Al abrir el bocata en el patio, me acordaba del bocadillo de mi padre, y así la mañana era un mayo del 68 donde iban juntos estudiantes y obreros.