El calor, la quinta plaga

Barcelona

Lo que faltaba, parió la abuela. Llevábamos cuatro crisis de las gordas. Y llegó la quinta. ¿Cuatro? Sí, cuatro crisis económicas de envergadura en solo tres años: el estallido de la covid; la recesión pandémica; los obstáculos a la recuperación; y la guerra contra Ucrania. Ahora llega la quinta, el calor extremo, y con él, la sequía.

El daño de esta quinta crisis es inmediato y automático. Primero, castiga las cosechas y, por tanto, la renta de los agricultores, que mal que bien venían aguantando. Segundo, al disminuir los productos cosechados, aumentan sus precios, agravando la inflación por donde más le duele, los precios alimentarios. Tercero, dificultan la vida cotidiana de todo el mundo y encarecen el gasto eléctrico en aparatos de aire acondicionado, otra vez los precios.

El Gobierno acaba de tomar una primera medida de emergencia: rebajar impuestos, por 1.800 millones de euros, a los agricultores. Beneficiará a 800.000 productores. Vale. Bien. Pero no bastará. Las demás administraciones, las empresas y las familias deberán desplegar un catálogo de medidas destinadas a ahorrar agua: del riego agrícola, primando los sistemas gota a gota, al uso inteligente y ponderado del agua en el hogar: grifos inteligentes, costumbres adaptadas. Algunos municipios y comunidades autónomas también trabajan para ello, intentando adaptar las costumbres a un entorno nuevo. Y grave.

Si todo el mundo se esfuerza, ¿sería mucho pedir que esta sequía no derive en una guerra política del agua? Entre comunidades. Entre regantes y consumidores familiares. Entre industria y hogares. Entre partidos políticos… No pretendamos que todo el mundo dé ejemplo, eso es una ilusión. Pero al menos, eso sí, que nadie empeore lo que nos toca.