He estado esta semana con el presidente de Brasil, Lula da Silva. Un ciclón político y humano que ha devuelto a su país a la escena internacional tras los años de Bolsonaro. Lula viene a Europa con su iniciativa para que un grupo de países alejados de la guerra de invasión en Ucrania intenten una mediación buscando la paz. Ojalá lo consiga y ojalá sea una paz justa. Pero Lula quiere más. Quiere lo que llama un orden internacional más justo y equitativo; un orden que no esté rígidamente organizado sólo en torno a los intereses de dos bloques, Estados Unidos y China. Un orden que dé no solo voz, sino también poder en la gobernanza del mundo —en la ONU, en otras organizaciones multilaterales— a las potencias de tamaño medio como Brasil, o a ese gigante que es India, desde este mes, el país más poblado del planeta. En este asunto concreto, el de la gobernanza global, Lula nos pide quitarnos las anteojeras y empezar a mirar un mundo mucho más ancho, mucho más diverso que el que salió de la Segunda Guerra Mundial o el posterior a la caída del Muro de Berlín. Existe y está ahí fuera.