La desesperación de los jueces sustitutos: "No tengo trabajo y no me dejan ni servir copas"
Ser juez y no llegar a fin de mes. "No puedo servir copas, tener una peluquería o recoger tomates". Un millar de jueces viven en este país esperando una llamada
"No puedo servir copas, tener una peluquería o recoger tomates": vivir 20 años esperando a que suene el teléfono
Madrid
¿Se imaginan ser juez y no llegar a fin de mes? Uno de cada cinco magistrados en este país es juez sustituto. En realidad "jueza sustituta" porque la mayoría son mujeres. Deben cumplir todas las incompatibilidades que les exige la carrera de juez, pero solo cobran y cotizan cuando les llaman y eso aboca a la precariedad aparte de este colectivo, o a depender de sus familias y, en el mejor de los casos, les obliga a contar con el pasado y con el presente, pero jamás con el futuro.
Son más de mil las personas que integran este colectivo de jueces sustitutos. Deciden sobre nuestro patrimonio, nuestra libertad, nuestros derechos y obligaciones. Firman el 20% de las sentencias y diligencias judiciales en este país. Ejercen uno de los poderes fundamentales del Estado. Y, sin embargo, confiesan que no encuentran palabras para describir la incertidumbre que les envuelve. "No se puede explicar como vives el día a día pendiente de una llamada de teléfonos que te dé la esperanza de poder trabajar. No estamos pidiendo un aumento de salario. Estamos pidiendo trabajar. Simplemente que mañana me levante, reciba una llamada de teléfono, salga de mi casa y me vaya a trabajar. Me ponga una toga y me dedique a aquello para lo que he formado". Mujer de mediana edad y con un curriculum que enterraría al de muchos de sus compañeros jueces. No hay nombres. No los habrá. Hablan a la SER desde distintos puntos del país y temen represalias.
Ni poner copas, ni recoger tomates
Son jueces sustitutos. Han llegado a lo más alto del estamento judicial por méritos, no por oposición y, por tanto, su plaza no es fija; pero es que en muchos casos ni siquiera es móvil. Pueden pasar meses, incluso años sin trabajar y eso no es lo malo. Lo malo es que mientras esperan ponerse al frente de un juzgado -el que sea- no pueden hacer nada más. Su régimen de incompatibilidades -todo lo que no les está permitido- es férreo: "Es la única profesión que te condena a no poder trabajar. La única compatibilidad es con la docencia. No podría tener una peluquería o servir copas en un bar por la noche o echar una mano recogiendo tomates y darme de alta en el régimen especial agrario. ¡No podría!", apunta otra juez.
En realidad no pueden hacer lo mismo que un juez en aras de preservar la imparcialidad. Con dos excepciones: ellas -el 80% de este colectivo son mujeres- no cotizan a la Seguridad Social y ellas no ingresan un solo euro si no son llamadas a trabajar. Solo pueden ser docentes o dedicarse a la investigación, pero el permiso, aseguran, se les deniega a veces por incompatibilidad horaria.
Todos los días de guardia
Este régimen de incompatibilidades es lo que más les diferencia del resto de interinos; sean médicos, profesores, enfermeras o tramitadores. Además, sus contratos pueden durar un día, una semana, dos meses. Cuando se extiende durante un par de años lo dicen bajito por si acaso. "Tenemos que estar pegados a un teléfono las 24 horas del día. No tenemos posibilidad de planificar ni vacaciones, ni periodos de descanso, ni podemos salir al extranjero, ni podemos planificar una operación. Tenemos que avisar con tiempo porque si nos llaman debemos ponernos a disposición inmediata y en el caso de que no podamos acudir tenemos que justificarlo documentalmente porque si no nos excluyen de la lista, nos hacen pasar la lista entera en el mejor de los casos y en el peor incurrimos en responsabilidad disciplinaria o penal", aclara la primera de las jueces.
A veces pasan meses y hasta años sin que el teléfono suene, pero la disponibilidad debe ser total: "Yo tengo que tener un móvil abierto 24 horas. Me llaman a las 9 de la mañana para que pases juicio en algún juzgado de la comunidad autónoma. Cuando le dices al funcionario que son las 9 de la mañana, te dice que no han podido llamar antes, pero que los juicios han empezado ya. ¿Quién paga esta disponibilidad?", se pregunta la juez número dos.
Sobrevivir gracias a las familias
Hay algo peor y es que ese teléfono no suene. Un porcentaje de los jueces en este país depende de sus familias para llegar a fin de mes y si es el único sueldo que entra en casa -como el de algunas de las protagonistas de este reportaje- entonces, lo pueden pasar mal y ahora son tres las voces de jueces que intentan describir sus situaciones: "Fueron tres años lo que estuve sin trabajar y lo pasé muy mal hasta el punto de que casi cojo una depresión del agobio de ver cómo te van venciendo los pagos a final de mes y no hay ingresos". Otra jueza apunta: "He sobrevivido gracias a mi familia" y una más señala el caso de una compañera que ha tenido que pedir las ayudas no contributivas porque se ha agotado su paro y no se ha producido esa llamada que las separa de los juzgados.
Ni hipoteca, ni planes de futuro, ni jubilación
En estas circunstancias laborales, hacer cualquier plan de futuro se complica hasta el extremo. "La falta de previsión económica impide tomar decisiones como comprarte un coche o comprarte una casa porque no sabes si lo vas a poder pagar". Su compañera va más allá: "Afecta a todo: planificar cursos de tus hijos, organizar tu vida personal y familiar. Absolutamente todo".
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A estas alturas no hemos mencionado uno de los términos clave para este colectivo. Ese concepto que empieza a asomarse con timidez hacia los 40 y se presenta como un fantasma al cruzar la barrera de los 50 cuando no has cotizado lo suficiente. Esta vez el relato comienza con un fuerte suspiro: "La jubilación es un tema que nos preocupa a todos muchísimo. Llevo nombrada como jueza sustituta más de 20 años y no sé si voy a tener cotizados los años suficientes para poder jubilarme". Su compañera confiesa que muchas veces no cobran la prestación por desempleo "para reservarla o para poder cotizar en un futuro o para poder tener una mínima pensión de jubilación que tampoco vamos a tener".
Por supuesto, las enfermedades solo se cubren -según nos cuentan- si te pillan trabajando, y solo hasta que se incorpore el titular, da igual lo grave o larga que sea, según nos cuentan.
Miedo a hablar
Los jueces sustitutos deben renovar cada año su condición ante la Administración de Justicia con más méritos y con un examen sobre su actuación en el que intervienen todos los operadores judiciales. De ahí su habitual silencio. Hasta hoy. "Calificaría nuestro colectivo como uno de los más silenciosos y silenciados. No ponemos de manifiesto nuestras condiciones laborales por miedo a perder nuestro trabajo y creo que la mayoría de nuestros compañeros tienen miedo a exponer nuestra situación".
Sus días pasan engordando un curriculum que abruma porque cada año deben renovar esa disponibilidad: "Soy doctora 'cum laude' por unanimidad por una universidad pública. He publicado dos libros y más de 35 artículos en revistas jurídicas. Yo necesito un concurso de méritos año a año. Incluso nos han obligado a llevar un certificado médico. No estamos a dedo y no entiendo este trato tan desfavorable".
Piden cotizar, piden un sueldo mínimo mientras les llaman. Van a acudir una vez más a la justicia porque entienden que Europa ya les ha dado la razón. Ahora se la tienen que dar sus compañeros, los jueces. Mientras buscan argumentos para continuar, para no tirar la toalla. "Hay mucha gente que lo deja", reconoce una de ellas. "Cuando nos preguntan por qué seguimos, la respuesta es porque tenemos una vocación y un amor profundo a la justicia. Si no, no estaríamos aquí", explica.
Y se van. Algunas tienen hoy que dictar sentencias, otras siguen esperando a que suene el teléfono. Llevan así entre 15 y 30 años.
Toñi Fernández
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