A favor del brutalismo turístico

Madrid

Como parte de aquella juventud que tanto nos beneficiamos del primer turismo, ventana abierta al mundo cuando más la necesitábamos, tengo que romper aquí una lanza, o aunque sea un tirante del sujetador, a favor del brutalismo turístico, equivalente humano de la reconocida tendencia arquitectónica, de bajo costo y simplicidad de materiales tan apretujados como sea posible.

Siempre a favor de que los diversos pueblos llanos salgamos a esparcirnos y conocer gente, milito en el bando del turismo vengativo, o de “Caminando entre las tumbas”, eslogan globalizador que generosamente brindo, con permiso de Liam Neeson, a las autoridades pertinentes y a los turoperadores y agencias que se forran con el asunto.

Ya está bien de quejarse ante lo irreversible del negocio de los unos y del placer del que disfrutamos los otros. Viajar para perjudicar a los demás lo mismo que nos perjudican a nosotros tiene que convertirse en nuestro objetivo vacacional. Se trata de acudir a lo bestia a una ciudad, la que sea, y sentir, además de las experiencias de sus museos y, ejem, bibliotecas, de su sol y sus playas, de su alcohol y de sus intrépidas gastronomías… Sentir, decía, el dulce goce de la revancha, al comprobar que, por doquier, también desaparecen los vecinos y el pequeño comercio.

Así pues, queridas amistades radiofónicas, a por ellos. Que somos nosotros.

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