Festival de Cannes 2023 | 'Extraña forma de vida': Almodóvar despliega el melodrama en un wéstern cargado de erotismo
El director manchego regresa al certamen con la historia de amor de dos viejos vaqueros envueltos en la venganza y el sexo en un vibrante y bello despliegue visual
Cannes 2023 | Crítica de 'Extraña forma de vida' y 'Monster'
Cannes
Decía Buñuel que los enamorados ven significación en todas las cosas, nada es banal para ellos, todo es drama. El cine de Pedro Almodóvar es para enamorados, para gente enganchada al deseo y al drama, más bien al melodrama. Ese género que tan bien ha contado en todas y cada una de sus películas, sirviéndose de Douglas Sirk, pero incorporando un sinfín más de referencias literarias y cinematografías. Almodóvar es el melodrama, capaz de exaltar todos los sentimientos con sucesos dramáticos y violentos, exagerados psicológica y artísticamente hablando. Pero con su punto de comedia, de ternura y de sensualidad.
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Todas esas características, la que lo han hecho una figura indiscutible del cine mundial, están en su nuevo cortometraje Extraña forma de vida, que va mucho más allá del capricho o el ensayo. Si es cierto que parece que Almodóvar se prueba a rodar en inglés, a habitar géneros y estilos que no había visitado antes, a incluir nuevas chicas Almodóvar en su filmografía y nuevos juegos estéticos. Pero más allá de eso, en este nuevo film hay una historia conmovedora de amor, deseo y venganza.
“No es que a cada cual le ocurran las cosas de arreglo a un destino”, decía Cesare Pavese, sino que cada uno las interpreta disponiéndolas de acuerdo a ese destino. Eso hace, ni más ni menos, que uno de sus protagonistas, Pedro Pascal, un vaquero que regresa a un viejo amor, con la espalda hecha polvo de cabalgar sin descanso, quizá como el propio director, que sufre problemas de espalda pero sigue dando lo mejor de sí mismo en el rodaje. Ese destino que busca y arregla tiene que ver con el gran amor de su vida, otro hombre. Un vaquero devenido en sheriff, Ethan Hawke.
Los versos de Extraña forma de vida, ese fado portugués, ambientan la primera escena de este wéstern rodado en Almería, como tantos otros. El fado en el medio oeste, una canción que habla de corazones rotos, sin rumbo, sin ganas de latir. Pero entonces, los amantes se encuentran. Como en Duelo al sol, la película de King Vidor, la tensión sexual y el drama se insertan en esa tierra árida y baldía donde la venganza se confunde con el amor.
Lo que hace Almodóvar es insertar el melodrama, el gusto por el exceso en los paradigmas estéticos y narrativos del wéstern y lo borda. Hasta ahora, el director había partido del melodrama para acercarse a otros géneros, como el noir en Tacones lejanos, adaptación de la novela de Ruth Rendell, o en La Piel que habito, en este caso adaptación de Thierry Jonquet, sin olvidar nunca el contrapunto cómico. El noir y el thriller le habían dado la posibilidad de incluir los códigos formales asociados a estos géneros, como la pasión, los celos, el deseo o la traición, para introducir algunos de los temas que han obsesionado su obra: la madre, la infancia, los secretos, la violencia sexual. No olvidemos que palabra género, tan manida en esto de las etiquetas cinematográficas, viene del latín y significa cauce. El melodrama es el cauce para contarnos una historia de amor rota por lo que no pudo ser, por la venganza hacia el amante. ¿Qué hay más propio del wéstern, el relato de la fundación norteamericana, que la venganza?
Un artefacto cien por cien almodovariano
Extraña forma de vida es un artefacto cien por cien almodovariano. En él encontramos ese diálogo con toda su obra, con todo su universo. El barroco almodovariano está presente en todo momento, entendiendo esa etiqueta no tanto como una acumulación de ornamentos en un cine que cada vez se acerca más al minimalismo, sino a la reformulación de géneros y películas anteriores, de diálogos con otras obras. Cuando Pedro Pascal limpia las heridas de Ethan Hawke es inevitable imaginar a Victoria Abril limpiando a Antonio Banderas en Átame.
Sus películas nos descubren un interesante uso de referencias y viejos materiales, propios y de otros cineastas. También de cuadros, como los paisajes del medio oeste de Maynard Dixon, uno de los pintores que mejor retrató esas montañas rocosas que yacen en el imaginario colectivo de los espectadores. También los paisajes abstractos de Nuevo México de una de las pioneras, Georgia O’Keeffe. El fado del comienzo, que da título al corto o los adornos mexicanos de la casa del protagonista. Las mantas de rayas de colores de los bandoleros y la chaqueta verde de Pedro Pascal dan ese uso del color tan propio del manchego.
Hay miradas de Pascal que recuerdan a esa Marisa Paredes desubicada por desamor en La flor de mi secreto. “¿Hay una posibilidad por pequeña que sea de salvar lo nuestro?”, parece preguntar Pascal a Hawke sobre los acordes de una brillante, de nuevo, partitura de Alberto Iglesias, compositor que ha creado los mejores compases del cine español. Pero más allá de una historia de amor, el corto introduce un concepto menos tratado en la filmografía de Almodóvar, como es la paternidad, en un género masculino como el wéstern, que el director consigue traer hacia momentos íntimos, como el de un vaquero haciendo la cama o recogiendo la ropa, pero donde tampoco falta la imagen fordiana del hombre a caballo ante el horizonte.
Extraña forma de vida contiene una de las escenas más sexys y bonitas del año: un flashback con jóvenes besándose y acercando las caras para beber vino. El cine de Almodóvar es para enamorados y este corto lo demuestra.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada...