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Cannes 2023 | 'Killers of the flower moon: Scorsese filma la gran novela americana para denunciar el holocausto contra los indios

El director, ganador de la Palma de Oro con 'Taxi driver', vuelve a Cannes con una de sus películas más ambiciosas, un wéstern criminal sobre el genocidio de los nativos Osage que protagonizan Leonardo DiCaprio y Robert de Niro

Fotograma de Los asesinos de la luna / APPLE TV+ / cedida

Cannes

“El pasado nunca muere, no es ni siquiera pasado”, dijo el escritor William Faulkner, el gran retratista de la historia de Estados Unidos, de su fundación. Y ese pasado, el de la configuración de un país sigue vivo en Killers of the flowers Moon, la última película de Martin Scorsese que ha sido la gran sensación del Festival de Cannes donde se ha proyectado fuera de competición. Las colas empezaban desde temprano para no quedarse sin ver el filme, de tres horas y media de duración, y con un solo pase de prensa del certamen. La espera, la lluvia y los nervios merecieron la pena por comprobar cómo Scorsese se ha convertido en el gran narrador americano. Sucesor de Faulkner en eso de configurar la gran novela americana de nuestro tiempo.

Dice el director de Uno de los nuestros, ganador de la Palma de Oro aquí en Cannes con Taxi driver y cuya última vez fue en 1985, con Jo, ¡qué noche!, que esta es su película más importante. Es difícil dilucidar eso en un director cuya carrera ha dado obras maestras del cine mundial. Quizá este filme sea importante por dos motivos. El primero, por ser una reivindicación de la gran pantalla, pese a estar pagada por una plataforma de streaming, Apple TV+. La segunda porque reconoce, cuenta y denuncia el genocidio que los blancos americanos cometieron contra los nativos y cómo el cine es la mejor arma para contarlo.

Si seguimos la filmografía del director, podemos dilucidar que Estados Unidos nació y se consolidó gracias o por culpa de la avaricia, del individualismo y de una gran conspiración. Como decía Don DeLillo, otro de los grandes narradores de la América reciente: “Todas las conspiraciones son la misma historia”. Tan sucesor de Faulkner es DeLillo, como Roth o Scorsese, voces contestatarias y populares dentro del establishment literario y cinematográfico. El director de Casino o El irlandés, se fijó en el libro del periodista David Grann, Los asesinos de la luna, un best seller en 2017 del autor de títulos como Z, la ciudad perdida. Periodismo literario para contar una auténtica vergüenza, la masacre silenciosa en el condado Osage de Oklahoma, que Scorsese hace suyo con su estilo visual y su mirada propia.

El director neoyorquino plantea el filme como una historia de mafiosos, personajes que tan bien ha retratado en su cine, y los inserta en un ambiente de western, reconfigurando, como hacía Kelly Reichardt, el género americano por excelencia que ha contado, precisamente cómo se pusieron las primeras piedras del sistema. Pero en el fondo, no es más que la enésima denuncia de lo que el capitalismo ha hecho en la sociedad americana, con una mirada profunda e indulgente sobre un modelo económico que ha conquistado el mundo. De padres católicos, inmigrantes italianos, educado en el modelo competitivo e individualista del protestantismo americano, Scorsese traza un relato desolador de la fundación de su país. Decía el sociólogo Marx Webber que fueron los países protestantes (Alemania e Inglaterra) aquellos en los que triunfó la revolución industrial y el capitalismo, mientras que en los católicos, Italia y España, la cosa fue diferente. Toda esa esencia, de nuevo, emerger en su último filme.

Pero aquí, la cámara del director se relaja algo más que en El lobo de Wall Street, como si quisiera dar solemnidad a la historia y pedir perdón a las víctimas, sin alejarse de su estilo, que tiene momentos de excelencia en escenas como la explosión de la casa o una escena donde todos los hombres blancos poderosos arrinconan al personaje de DiCaprio.

Scorsese aprovecha la forma de contar la película para homenajear al cine como arma para narrar historias, para cambiar la política americana y para reflejar los pecados de la historia. Con el recurso del cine mudo, en pantalla cuadrada, muestra la historia de los Osage, expulsados de sus tierras y obligados a volver a establecerse en medio de Oklahoma. Fue ahí donde encontraron petróleo bajo tierra. Fue la bendición y también la perdición de esos nativos. El petróleo hizo que llegaran forajidos, bandidos y trabajadores o ex soldados a esas tierras a perforar el suelo. El western también se vivió en esa época y en ese condado. Los trabajadores blancos se casaron con las mujeres osage, para hacer de tutores, pues no podían tutelarse ellas mismas. El dinero, además, hizo que los blancos quisieran sus tierras y, para expulsarlos, fueran matando poco a poco, como un holocausto silencioso, para quedarse con todo el dinero.

Fue la trágica historia que ocurrió en la realidad y que hizo que Molly Buckhart perdiera a toda su familia, que fue asesinada y envenenada con el alcohol ilegal de aquel entonces. El personaje lo interpreta la actriz, nativa americana, Lily Gladstone, a quien descubrimos en Certain Woman de Kelly Reihart y quien brilló en la pasada edición de Sundance con Fancy dance, otra historia de discriminación hacía las mujeres nativas. Ella es la heroína de esta historia frente a los villanos. Robert de Niro, la décima colaboración desde que en 1973 se conocieran en Malas calles, y Leonardo DiCaprio -otro gran colaborador en El aviador y El lobo de Wall Street- bordan unos papeles tragicómicos, como la mayoría de los personajes que ha filmado Scorsese.

El director nos introduce con su cámara en movimiento por esas tierras, llenas de avaricia y dinero, que resuenan a las de Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson, con un baile sobre el petróleo que indica muchas cosas. No solo el hallazgo de este grupo, sino también una manera de entender la vida y el progreso, con el petróleo, que ha marcado la economía americana hasta hace bien poco y, con el ella, la del resto del mundo. El racismo y el extermino como parte de lo que es Estados Unidos hoy. De la matanza de Tulsa y los desfiles del Ku Klux Klan, salta a los meticulosos asesinatos, más de una treintena, de estos habitantes, sobre los que la prensa americana de la época creó la fama de vagos y derrochadores y a quienes les cobraran el doble por cualquier cosa en el libre mercado americano.

Para acabar con una emotiva escena final en la que cuenta cómo el FBI apareció en el caso. Un país sin ley que construyó su policía sobre la corrupción y el ego de John Edgar Hoover, un personaje a quien DiCaprio ya interpretó en el cine, y que aquí tiene un papel importante sin aparecer. Su ego consigue que un detective, Jesse Plemmons, investigue los asesinatos. Una forma de contar el final, sin cartelas, ni texto, sino como un radioteatro con aparición estelar sorpresa y con un final donde el título de la película aparece en la lengua osage. Toda una declaración de intenciones del cine de Hollywood que, a su manera, precisamente con el western, creó la imagen de subalternidad de los nativos y que ahora trata de remendar. Tiene razón Scorsese, porque Killers of the flower moon es su película más importante en términos históricos.

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