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Cannes 2023 | 'Rapito', el contundente thriller de Marco Bellocchio sobre el robo de un niño judío por la Iglesia católica

El veterano director italiano conmociona en el Festival de Cannes con una historia real, el secuestro de Edgardo Mortara por parte del Papa Pío IX

Fausto Russo Alesi, Barbara Ronchi, Enea Sala y el director Marco Bellocchio presentan 'Rapito' en Cannes / EFE/EPA/GUILLAUME HORCAJUELO / GUILLAUME HORCAJUELO (EFE)

Cannes

Marco Bellocchio ha tenido una relación de amor odio con la Iglesia católica. Educado, hace ochenta años, en el seno de una familia católica, su compromiso con la izquierda, el partido comunista y en contra del sistema poderos, le hizo en su cine cuestionar muchos de los dogmas de fe del Vaticano y del Estado italiano. En Rapito, última película presentada en competición en el Festival de Cannes, cuenta un caso terrible, que demuestra cómo se formó Italia como país, sobre la violencia y el fanatismo religioso contra los otros, los diferentes. Como cualquier otro país, por otra parte.

Fue curiosa una frase que dejó caer Thierry Frèmaux, director del festival, en la rueda de prensa de inauguración: "va a ser curioso ver cómo dialogan la película de Scorsese y la de Bellocchio". Y es que las dos hablan de la fundación de un país, formada no desde un lugar patriótico y digno, sino desde la violencia y el intento de extermino de los otros. La religión como mirada del mundo para establecer los cimientos de un país, de una cultura, de una nación. Italia comparte cosas similares con España y el peso del catolicismo es una de ellas. Un eso que en el cine de Scorsese, precisamente, ha estado latente. Es como si Bellocchio y Scorsese quisieran pedir perdón a esas comunidades perseguidas en sus países, los indios Osage en un caso, los judíos en el otro.

La historia es estremecedora, tanto, que directores como Julianne Schnabel o el mismísimo Steven Spielberg estaban detrás de ella para adaptarla. Finalmente ha sido el realizador italiano, pues no se trata solo de contar un hecho escandalosos que muestra la intolerancia religiosa hacía los judíos; sino también la política y las estructuras internas de un país. Para eso, nadie mejor que Bellocchio, uno de los directores que mejor cuenta la historia de su país y la conecta con la actualidad. "Hemos querido que la película ha ble con las cosas del presente, porque es donde nosotros vivimos, que la historia genere interés por las conexiones políticas, es evidente la resonancia con los niños secuestrados en Rusia tras la invasión en Ucrania", reconocía el director que firma el guion junta a la directora Susanna Nicchiarelli, creadora de Chiara, una historia sobre una beata. "Susanna comparte conmigo el respeto por las creencias de los demás. No somos ateos, pero somos laicos", dice el director que rompió en los años sesenta con la tendencia neorrealista del cine italiano.

No es algo nuevo en su filmografía, pues las obras de Bellocchio han sido siempre comprometidas con el presente de su país, denunciando los símbolos del conformismo italiano. En Las manos en los bolsillos, por ejemplo, defendía la necesidad de una rebeldía juvenil. Cuestionaba la religión en la película En el nombre del padre y con el ejército hacía lo mismo en La marcha triunfal. El diablo en el cuerpo causó escándalo ya en Cannes y con La sonrisa de mi madre volvió a inquietar al Vaticano. En Buenos días, noche, habló del secuestro de Aldo Moro, un tema que ha vuelto a tratar en Exterior noche, una serie de televisión conde contaba las consecuencias de aquello en la política actual. Se ha atrevido hasta con la mafia y sus conexiones con la política italiana, como hizo en El traidor.

Rapito es un filme de época pero que completamente actual. Lo es porque los dogmas de fe siguen existiendo, porque la gente sigue siguiendo a pies juntillas los discursos sobre el miedo y el odio que vienen de arriba, incapaces de rebelarse. Porque se permiten injusticias como las que hacía la Iglesia en tiempos de Pio IX. En una Italia gobernada por la extrema derecha, donde los votantes siguen las tropelías racistas y homófobas de esos líderes, Rapito viene a mostrar el pecado que originó todo eso.

La película adapta la historia real de Edgardo Mortara, un niño judío de Bolonia de seis años que fue secuestrado por la Iglesia Católica en 1858 después de que esta determinara que necesitaba una educación católica porque había sido bautizado en secreto cuando era un bebé. Situaciones que siguen ocurriendo en países europeos, donde abuelas católicas bautizan en secreto a sus nietos. Sin embargo, entonces la cosa era grave. El niño era sacado de las familias judías y criado en esas casas ecuménicas bajo una estricta educación católica. "Hubo muchísimos casos así desde el siglo XV", reconoce el director italiano, que fue educado en esa misma fe.

Lo que hizo diferente el caso de Mortara fue que adquirió dimensiones políticas después de que sus padres, apoyados por la opinión pública y la comunidad judía internacional con más poder que la italiana, desafiaran a la Iglesia en un momento en que su poder empezaba a menguar durante el periodo previo a la unificación de Italia. "Era el fin del papado de Pío IX y eso lo cambió todo". Los tejemanejes políticos, que el director prefiere inferir, en lugar de mostrar, fueron los que hicieron que el poder de ese Papa decayera y que el caso del niño robado fuera mediático en aquella época.

Un caso que lo cambió todo o que no cambió nada, porque ese Papa sería años más tarde beatificado por la Iglesia católica, a pesar de robar niños por cuestión de intolerancia religiosa. Fue Juan Pablo II quién quiso beatificarlo. "Un papa sumamente conservador", apuntaba Bellocchio. La Iglesia nunca pidió perdón. "Pidió perdón en general a los judíos por todo el daño causado, pero no por ese caso en particular", explica el director italiano que confía en que este nuevo Papa no siga adelante con ese proceso. "Ahora se necesita acreditar milagros para la beatificación... así que no sé si se conseguirá".

Política, tensión y emoción al contar la historia de una madre y un hijo y de las creencias que ambos profesan, Bellocchio vuelve a bordar una historia que, visualmente, se apoya en la pintura realista y romántica de la Italia del siglo XIX, un periodo donde el país empezó a construirse. Es lo que se conoce como Il Risorgimento, y que hemos conocido en el cine gracias a El gatopardo de Visconti. La burguesía pujaba con fuerza para reunificar el país, separado en ciudades estado, principados, reinos y los Estados pontificios. Aquella revolución burguesa acabó con el poder de la vieja aristocracia y también rebajo fuerza al Papa, que se apoyó en Napoleón III para evitarlo. Por eso, el caso de este niño fue significativo. Ese odio y esa división del país emergerían de nuevo a principios de nuevo siglo, como contó Bertolucci en Novecento. Mussolini y sus alianzas con Hitler volverían a recordar aquella actuación de Pío IX.

Hay una escena, entre dos hermanos, cuando la toma de Roma está teniendo lugar, que refleja perfectamente lo que dividió a Italia en dos, hasta hoy. Es también un homenaje al hermano del director, fallecido hace unos años y a quién también homenajeó en Marx puede esperar, última de sus películas presentada en este certamen que, de nuevo, vuelve a acoger su obra, simbólica, realista y compleja y siempre sumamente política.

Es Enea Sala quien interpreta al joven Edgardo, a quien Bellocchio encontró tras un largo proceso de búsqueda de actores. "Fuimos a la publicidad y a la televisión, pero todos nos parecían algo forzados. Finalmente le encontramos", dice el veterano director de su actor protagonista. "Lo que es curioso, y también signo de los tiempos, es que en la vida había entrado a una Iglesia, ni está bautizado". El director pone el foco en la violencia que sufrió este niño que, imbuido por el Síndrome de Estocolmo, nunca volvió a la fe judía, ni regresó con su familia, ni siquiera cuando la revolución logró liberar Italia de esa fuerza católica que, en realidad, nunca se perdió del todo. El reflejo de ese niño es el de tantos y tantos ciudadanos, dominados por la fuerza y la violencia de la religión y el poder, incapaces de liberarse de esa fuerza.

El film de Bellocchio está a la altura de lo que promete y del peso de una historia cuyas repercusiones impactaron políticamente a Italia. Crítica a la Iglesia católica y a estúpidos dogmas sobre el bautismo, el limbo, concepto que años después la Iglesia misma eliminaría y cancelaría, o el antisemitismo de sus líderes, que seguían culpando a los judíos de la muerte de Jesús. Hay un momento que pone los pelos de punta y que demuestra la mala fe de los católicos del Vaticano, cuando las autoridades eclesiásticas de Roma le dicen a la familia Mortara que recuperarán al niño fácilmente si todos se convierten al catolicismo. Bellochio da momentos de simbolismo, como el de los soldados con las banderas italianas, pero sobre todo trasmite una furia tremenda en cada plano, en las actuaciones de los actores y en la música, que ayuda a configurar thriller, melodrama y épica histórica.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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