Cannes 2023 | Alice Rohrwacher apunta a la Palma de Oro con 'La Chimera', una poética y política reflexión sobre el pasado y la propiedad
El universo de la directora italiana vuelve a conmover en el certamen con esta historia protagonizada por Josh O'Connor y por Isabella Rossellini
Cannes
Alice Rohrwacher es uno de esos nombres que el Festival de Cannes ha descubierto y potenciado. Aquí debutó con Cuerpo celeste, su ópera prima, y aquí ha competido con el resto de sus largometrajes: El país de las maravillas, Gran Premio del Jurado, y Lázaro feliz, mejor guion. Ahora cierra la competición con La Chimera, nueva película en la que da un salto en su cinematografía volviendo a aunar ese estilo tan característico que mezcla realismo, poesía y crítica social.
La directora nos enseña además una de las palabras más bonitas del italiano y del festival, tombaroli. Los ladrones de tumbas antiguas, sobre todo etruscas, que malvendían los objetos de arte y orfebrería descubiertos en esos lugares sagrados donde yacen nuestros antepasados. Dice la directora que, de niña, los veía con asombro y espanto contar en el bar del pueblo lo que habían encontrado la noche anterior. De ahí surge esta historia que habla de la muerte, de la vida, del pasado y el futuro, pero sobre todo de la propiedad privada.
Josh O'Connor, actor británico al que descubrimos como un joven Carlos de Inglaterra en la serie The Crown, es el protagonista. Un inglés parco en palabras que busca a su enamorada mientras se asocia a una banda de tombaroli. El tipo tiene una habilidad especial que, como buen zahorí, encuentra tesoros bajo tierra, en una zona costera, cerca del Mar Tirreno, donde debajo de las centrales de carbón se encuentran preciosos tesoros. La directora evita una simple historia de ladrones y policías y ofrece un impresionante fresco de personajes cómicos, dramáticos y pintorescos, una mezcla de Pasolini y Fellini, en una Italia rural y empobrecida, donde los perdedores tienen una oportunidad. Curiosa elección del tema, desde el punto de vista de estos ladronzuelos, en un país donde el arte ha sido robado básicamente por la autoridad, no hay más que pasearse por los museos vaticanos.
Ambientada en los años ochenta, donde las leyes sobre venta de objetos antiguos eran más laxas, la película propone una reflexión sobre lo individual y lo colectivo. La muerte como algo que debe enfrentar todo el grupo y no solo las personas de manera individual. También habla de cómo lidiar con el pasado, en un país donde la historia marca el presente. ¿A quién pertenecen los muertos? ¿A quién pertenecen las estatuas que se encuentran bajo tierra? ¿Pertenecen a todos o a ninguno? Es una de las preguntas que se plantea el personaje de una mujer, la criada de una señora -brillante y divertida Isabella Rossellini- que sigue viviendo en una destartalada mansión en medio de la nada, esperando que regrese su hija, la joven enamorada del inglés. Italia, se llama esta joven, madre soltera, que consigue hacer algo precioso, coger la propiedad abandonada y convertirla en algo útil. "Es diferente lo que hace Italia a lo que hacen los tombaroli. Ellos cogen cosas antiguas, las roban y las venden volviendo a introducirlas en el sistema capitalista. Italia coge una propiedad abandonada y le da un nuevo uso para el presente y el futuro", nos explicaba la directora. Ojalá esta película la vean los que se encargan de ver okupas en todos lados.
La Chimera habla de cosas tan actuales como el derecho a la vivienda, el derecho a tener una vida digna y el derecho a respetar el pasado sin que acabe por dominarlo todo. Sin que se pueda hacer una nueva lectura de él. También nos cuenta una historia de amor. Y eso lo cuenta con poesía y con una cámara que se mueve alrededor de los personajes, de las fiestas populares, de las casas derruidas y de la oscuridad del subsuelo italiano. También a través de las canciones que, como hacía en su cortometraje Le Pupille, nominado al Oscar, cuentan y adelantan parte de la trama. Dice la realizadora que era una manera de alejar al espectador del personaje, pero también de reivindicar la canción como algo colectivo, con la aparición de su amigo, Valentino Santagata. También la posibilidad de introducir uno de los temas de su cine: lo mitológico. Si Homero contaba la Odisea con cantos, también Rohrwacher cuenta su historia de amor y supervivencia con la música y las imágenes.
Estamos ante un cuento moderno que ofrece toda la idiosincrasia italiana, el carnaval, la fiesta, la música, un idioma que se aprende con los gestos y un pasado a cuestas. Bonita la metáfora del peso de las generaciones pasadas, del peso de la historia a través de bellas esculturas y mosaicos que aparecen en cuando alguien rasca un poco la superficie. También es un cuento que nos acerca a sentimientos actuales y eternos, como el amor, la muerte y la importancia de lo colectivo en un momento de guerra y de tensión como el que vivimos.
La directora congela la imagen, acelera, se deleita en el paisaje, en lo sensorial y da la vuelta a la cámara poniendo al inglés boca abajo. Una escritura cercana al realismo mágico, pero donde la base material está siempre en el centro. La poesía al servicio de materialismo histórico. Si en Lázaro feliz la directora explicaba que la historia es cíclica, que la lucha de clases se repite, en una bonita manera de citar a Marx. En La Chimera, Alice Rohrwacher muestra cómo el debate sobre la pertenencia de las cosas y el ansia del beneficio está debajo de todas las demás decisiones, pero no como algo determinista, sino como algo que puede cambiar con pequeños gestos, los de esas mujeres que encuentran un lugar abandonado y lo hacen suyo desde lo colectivo, o como ese inglés sigiloso que toma una drástica determinación para evitar la usura y la especulación.
Una quimera es aquello que se propone a la imaginación como posible y verdadero. La quimera de nuestra sociedad es, dice el filme, aceptar a salirse del sistema. La Chimera es una película profundamente política y reivindicativa, del poder de la poesía y la belleza para mirar al mundo, una estrategia que siempre ha reivindicado otra directora, la española Paula Ortiz, pero además trasciende una idea de la muerte integrada en la vida.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...