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Cannes 2023 | Ken Loach se despide con su película más optimista, un canto a la esperanza y a la unión de los trabajadores

El cineasta británico estrena en el certamen, donde ha ganado dos veces, 'The old oak', una historia de migrantes y viejos mineros unidos

Fotograma de 'The Old Oak' / FESTIVAL DE CANNES

Igual que Charles Dickens construyó una obra literaria contra la pobreza y las leyes que la fomentaban, Ken Loach ha hecho lo propio en su filmografía. Un retrato de las condiciones de la clase obrera a lo largo de las últimas décadas, cuestionando a los sucesivos gobiernos, con más ahínco al de Thatcher, que hayan abandonado a los ciudadanos y casi provocado su situación. Dickens utilizó las páginas de Oliver Twist para criticar la pobreza británica de 1834, Ken Loach ha hecho una enmienda a la totalidad a un sistema neoliberal que ha sido el creador de toda la desesperación y pobreza que cuenta el supuesto mundo civilizado. Su Inglaterra, pero también nuestra España y la Francia donde hoy vemos esta película que vuelve a repetir una fórmula que solo Loach y su guionista, Paul Laverty, son capaces de ofrecer.

A sus 86 años, Ken Loach ha hecho una película sobre la esperanza, quizá su filme más optimista. Dice que será el último, que está mayor, que los rodajes son duros y no quiere pasar tiempo lejos de su esposa. Por eso, The Old Oak suena a despedida, quizá lo sea o quizá, encuentre la manera de seguir combatiendo a pesar de los años. Lo que sí tiene claro es que todavía hay posibilidad de cambiar las cosas. "Es un verdadero privilegio poder hacer películas, contar historias reales que la gente reconozca, que conecten con la gente común y puedan ver que pueden cambiar las cosas, que no se den por vencidos", decía en el Festival de Cannes, certamen que lo salvó trayendo aquí Looks and Smiles, después Agenda Oculta, película sobre el IRA y la violencia del gobierno británico. Pese a las críticas que recibió de la prensa británica, Ken Loach, no ha dejado de venir, con cada filme a este festival. Dos Palmas de Oro ha ganado, la primero por otro filme sobre Irlanda y la guerra con Inglaterra, El viento que agita la cebada, que descubrió al actor Cylian Murphy. La otra por Yo, Daniel Blake.

The Old Oak recupera algo del espíritu de Kes, su primer largometraje. En aquella película también había una posibilidad para un niño de la clase obrera y había también un retrato de la depresión y la crisis que sufrían los mineros. En su nueva película se ha trasladado a un pueblo abandonado, donde las casas son compradas por fondos buitres y donde los habitantes no tienen mucho que hacer, solo ir al pub, The Old Oak. Pero a la ciudad llega un autobús lleno de refugiados sirios y en el pueblo sale el racismo de una clase obrera empobrecida y cabreada tras haber pedido todo en las sucesivas crisis, sobre todo en la de 2008.

Decía San Agustín que la esperanza tiene dos hijas, la cólera y la valentía de necesaria para cambiar la situación. Ken Loach y Paul Laverty muestran en sus personajes, el dueño de un bar que lo ha perdido todo y una joven siria que fotografía todo lo que ve, cómo la esperanza puede cambiar la vida de una pequeña comunidad. En el bar ofrecen comidas para ingleses que no pueden pagar la luz y para los sirios que acaban de perder todo en la guerra, una contienda a la que hemos dejado de hacerle caso. El racismo, el miedo a perder lo poco que les queda y tópicos que la extrema derecha ha logrado colocar en boca de los trabajadores y trabajadoras gracias a la inestimable colaboración de los medios de comunicación y las redes sociales. Tópicos como que nos impondrán su religión, que nos quitarán el trabajo y que solo viven de las ayudas pagadas con nuestros impuestos. Solo hay que pasarse por cualquier barrio obrero para entender que eso no funciona así. O ver qué pasa en la huerta de Murcia, o en la fresa de Huelva.

Hay también en el filme un pequeño homenaje a su padre, hijo de mineros y electricista, que quedó decepcionado cuando su hijo, estudiante de Oxford gracias al esfuerzo de sus padres, decidió dejar el derecho y dedicarse al teatro y al cine. La suya es una de las carreras más coherentes que un cineasta puede tener. Tiene haters, pero también muchos seguidores que entendieron lo que era la esclavitud moderna con Sorry, we miss you, el sindicalismo con Pan y rosas y el amor con Solo un beso. Sobre los haters es fácil entenderlo. Por un lado, los británicos patriotas incapaces de ver el lado oscuro de su patria que, como todas lo tiene. En el caso de un viejo imperio, todavía más. En el caso de los otros, no quieren ver miseria, no la ven cuando pasean por la calle y no la quieren ver en una pantalla de cine. No nos gusta ver la pobreza, dice el periodista y escritor Sergio Fanjul en su recién publicado ensayo en la editorial Arpa La España invisible. Verla significa reconocer un fracaso no individual, sino social y política. Quizá por eso algunos braman tanto contra su cine, que no es más que el reflejo de lo que hemos permitido y seguimos permitiendo. "Si hubiera puesto en la película las cosa que me contaban de verdad los refugiados a los que entrevisté, no me creeríais", decía Paul Laverty, encargado del guion.

La banalidad del mal no puede aplicarse solo a los términos del Holocausto. La banalidad del mal también es hacer como esos hooligan del pub, también en los que aceptan que empresarios sigan tratando indignamente a los trabajadores, que los gobiernos derrumben el estado del bienestar o que los fondos buitres hagan que la vivienda no sea un derecho, sino un privilegio para unos pocos. "A Ken no lo desalienta nadie", dice Laverty, al menos, para seguir hablando en nombre de la gente que no puede hablar. Para seguir haciendo cine y seguir reivindicando a una izquierda que no se venda a los intereses del mercado y del neoliberalismo. El filme reivindica la propiedad como algo para el que la trabaja. Ahí está la fantástica escena en la catedral de Durham, lugar donde han rodado la película y donde recorrieron casas y espacios públicos para conocer la realidad de sus habitantes.

Y esa representación, lejos de ser lastimosa, es poderosa. La forma en la que la pobreza aparece en los medios de comunicación o en los productos culturales, también la reproduce. Por eso, Ken Loach da dignidad a la clase obrera. Lo lleva haciendo toda su carrera. Se divierten, a veces se compartan de manera poco ortodoxa, recordemos a los protagonistas de La parte de los Ángeles, por ejemplo, pero son capaces de sentir empatía por los demás. Una empatía y una solidaridad que será lo que acabe con el odio, el racismo y la desesperanza.

De nuevo, en su cine no hay florituras visuales, el guion es predecible y los diálogos refuerzan el uso de las palabras, la importancia del lengua para que los trabajadores y trabajadoras se expresen en un mundo que intelectualmente siempre les rechaza. Loach y Laverty prefieren acompañar a sus personajes, tras un minucioso casting, y que la cámara esté al servicio de sus sentimientos y sus acciones, mostrando además viejas fotografías de esas minas que fueron un foco de muerte y de explotación, pero también fueron parte de la identidad de la clase obrera británica, que sigue contando de nuevo con el favor Ken Loach, un cineasta imprescindible que ha vuelto a emocionarnos y a demostrar, en este festival, que el grito del 'sí se puede' no debe apagarse.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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