A vivir que son dos díasLa píldora de Enric González
Opinión

Libertad y vacas

"Dicen que la historia es una maestra sin alumnos. Y es cierto"

Libertad y vacas

Libertad y vacas

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Barcelona

Soy lo bastante mayor como para recordar cómo empezó la revolución neoliberal. En 1978, el Reino Unido era un desastre. En lo que se llamó “el invierno del descontento” hasta los sepultureros estaban en huelga. Y los sindicatos, base del Partido Laborista, intervenían en todo. Por poner un ejemplo, en el diario conservador “Daily Telegraph” podías ser sancionado por cambiar una bombilla: esa función estaba exclusivamente reservada a las personas designadas por el sindicato.

En 1979 llegó al poder Margaret Thatcher y proclamó la libertad. Thatcher era, para entendernos, como Isabel Díaz Ayuso pero con un casco de laca sobre la cabeza y algunas neuronas bajo el casco. Una de las mejores descripciones de aquellos tiempos, y sin duda la más divertida, es una novela de Jonathan Coe que en España se tituló “¡Menudo reparto!”. Los protagonistas son la familia Winshaw, una colección de millonarios tan codiciosos como idiotas, símbolo de la clase dominante que recuperó el poder gracias a Thatcher.

Uno de los Winshaw, ganadero, aprovecha la recién recobrada libertad para expandir su negocio lechero creando, gracias a la manipulación genética, unas vacas con ubres gigantescas y una desmesurada producción láctea. Desafortunadamente, a las vacas se les rompía el espinazo por el peso añadido. Pero la libre empresa tiene solución para todo: con las vacas quebradas se alimentaba a las que aún resistían en pie.

Se trata de un pasaje tan duro como cómico escrito hacia 1992, cuando la enfermedad llamada de las vacas locas se conocía ya, pero el thatcherismo la consideraba un simple efecto secundario del progreso y acusaba a las autoridades sanitarias europeas de privilegiar a los animales sobre los empresarios. Al final murieron millones de animales de granja, más de 100 personas (algún empresario entre ellas), miles de animales domésticos y hasta un tigre del zoo. No hace falta hablar de los años y pérdidas que costaron a la ganadería británica recuperar clientes.

Estos días, lo de las vacas tuberculosas en Castilla y León me ha recordado lo de las vacas locas del thatcherismo. El consejero autonómico de Agricultura, un señor de Vox llamado Gerardo Dueñas, dice que no hay para tanto y que sí, que la enfermedad puede transmitirse al humano, pero que tampoco hay que ponerse tan estupendos con ese invento progre de la salud pública. Ya saben ustedes que cuando los veterinarios, el gobierno español y los expertos de la Unión Europea lograron el confinamiento de las pobres vacas castellanas y el sacrificio de las enfermas, un grupo de ganaderos, quizá cercanos a Vox, asaltaron la consejería dirigida por Vox bajo la mirada comprensiva de los antidisturbios, acaso, vete tú a saber, receptivos a la libertad que propugna Vox.

Dicen que la historia es una maestra sin alumnos. Y es cierto.

 
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