Negándose a renunciar a lo bueno de la vida y los afectos
Nos costará mucho prescindir de su querida presencia, de su inagotable capacidad de cariño, de su inteligencia, su peculiar manera de estar en el mundo, sin perder un instante la mirada atenta, capaz de entrar en todos los pliegues de la realidad
Negándose a renunciar a lo bueno de la vida y los afectos
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Madrid
Es difícil empezar la semana sabiendo que Mauricio Vicent no llamará por teléfono para comentar la última increíble novedad cubana: óyeme, chica, no hay azúcar. Sabiendo que no podremos seguir sus fabulosos diálogos con su amigo imaginario, Lázaro, como el resucitado, con el que Mauricio bromeaba en una columna periodística que tituló "Más se perdió en La Habana" y en la que cantaba, entre risas y llantos, las terribles verdades de la situación en la isla. Es difícil para nosotros, sus amigos, a quienes nos costará mucho prescindir de su querida presencia, de su inagotable capacidad de cariño, de su inteligencia, su peculiar manera de estar en el mundo, sin perder un instante la mirada atenta, capaz de entrar en todos los pliegues de la realidad, muchas veces amarga, pero sin dejar que el resentimiento ocupara ni un instante en su vida. Mauricio era lo contrario del rencor. Será difícil para nosotros, sus amigos españoles, y quizás aún más para sus amigos cubanos, con los que compartió tantísimas decepciones y tristezas. Y que siempre lo hizo como uno de ellos, negándose a renunciar a lo bueno de la vida y de los afectos.
Soledad Gallego-Díaz
Es periodista, exdirectora del periódico 'EL PAÍS'. Actualmente firma columnas en este diario y publica...