Mi voto por correo de ciudadana en libertad amenazada

Madrid

Últimamente, mi dulce seno inabarcable se debate entre emociones encontradas.

Ira, desde luego, y la consiguiente mala leche, al ver cómo retrocedemos como si no hubiera ocurrido un ayer. Desesperanza, al comprobar las tontunas que florecen alrededor, la chica que conozco, que se pone pechos y los paga a plazos y no vota, y el mediocre, de barrigón cervecero, que a la camarera le chilla: "¡Rubia, ven aquí!", y que sí vota, y sospecho a qué.

Por otra parte, en el dicho seno albergo también, porque dispongo de suficiente espacio, un balconcillo de periodista desde el que contemplo, abanicándome con escepticismo, el devenir de los sucesos y me lo narro a mí misma con el mayor sentido del amargo humor posible y con distanciamiento, como si me narrara la tragedia de un país que no es el mío.

Están también el brío, el apretar los dientes y el 'me cago en todo' con la cabeza muy alta. Y he aquí, querida audiencia, que ha regresado a mí, además, una antigua emoción, un ansia palpitante, un renovado interés romántico. Algo que no me acontecía en varias décadas.

Me he vuelto a emocionar esperando al cartero. En mi caso, cartera. Esa mujer alegre y conversadora que recorre mi calle a diario, empujando tremendo carrito con papeles diversos y que un día de estos aparecerá con los avíos certificados que necesito para enviar la única carta de amor, de amor al futuro, que en este momento me interesa.

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