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Opinión

Los helados

"Entonces, los adultos tenían sus propias reglas. Siempre que hablo de adultos, me sale en tercera persona. Es por no traicionarlo todo"

Los helados

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03:23

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Los carteles de los helados eran como una vitrina del museo arqueológico, rebosante de figuritas iberas y fenicias. Nosotros los llamábamos polos, helado sólo se decía en el restaurante. El polo con forma de dedo, o en forma de pie, o el que parecía un cohete espacial se convertían en estatuillas votivas para ofrecernos el manjar más esperado del verano. Sus marcas estaban en un lenguaje de otro mundo, como el que hablaba míster Spock. Y así decíamos Frigo, Camy, Miko, Avidesa..., sin saber nada más que pronunciar esas palabras. Saber marcas no es léxico, pero es religión. De todos aquellos helados, mi favorito era uno con forma de fantasma. Ahora me doy cuenta de que se parecía a Casper, el fantasmita blanco de los tebeos, el que tiene el niño de Un mundo perfecto. Cuando yo era crío, ir al cine era especial; luego, fue normal y, hoy, es raro. Entonces, los adultos tenían sus propias reglas. Siempre que hablo de adultos, me sale en tercera persona. Es por no traicionarlo todo. Lo que para mí era un polo, para mis padres era el corte. El corte les devolvía a las fiestas del pueblo. Les parecía más auténtico. Cucurucho era mi palabra preferida. Es imposible decir cucurucho sin esbozar una sonrisa. Los cucuruchos los veía, solamente, en las películas y en los tebeos, igual que los globos que flotan. Soplando para hinchar globos, congelando en casa las Flaggolosinas, así yo empezaba a integrarme en los objetos. Me sucedía también con los libros, con las hojas. El papel corta; por eso es peligroso. Las tarrinas eran para las bodas. Cosas de cuchara. De cucharita de plástico. Como las cabezas del pato Donald, y de Pepito Grillo, llenas de helado. Para comérselas, había que quitarles el sombrero. Hoy llega el mes de julio, y me digo que no es lo mismo elegir helado que quedarse helado por no elegir.

 
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