La vida sigue igual
El cara a cara entre Sánchez y Feijóo acabó con un resultado descorazonador: ni quita ni suma un voto.
Madrid
Pocas veces habrán podido asistir los españoles a un cara a cara tan trascendental con un resultado tan descorazonador: ni quita ni suma un voto. Ni a Sánchez ni a Feijóo. Los que aún albergasen dudas sobre el sentido de su papeleta este 23-J se habrán quedado exactamente igual que ayer, hace una semana o hace un mes. Porque si algo ha definido este cara a cara —uno, sólo uno porque así lo ha querido única y exclusivamente el candidato del PP, no hay más vuelta de hoja— ha sido su ausencia de novedad o de sorpresa. Ha sido tan bronco y cacofónico como se esperaba.
Es cierto que Feijóo ha sido más eficaz que Sánchez a la hora de marcar el ritmo de la discusión (porque discusión es lo que ha sido) y de dirigir los temas del debate, pero para lograrlo se ha servido de todo tipo de artimañas tan eficaces como poco honestas: ha introducido cuestiones que nada tenían que ver con lo que se estaba planteando y ha recurrido varias veces o a medias verdades o a mentiras colosales. Por ejemplo, la UE no va a derogar la excepción ibérica, sino que la va a ampliar y pone a España de ejemplo; Sánchez no ha sido el tercer presidente que menos empleo ha creado; el precio de la energía no cuadriplica el de la UE; el único lugar de España con educación infantil gratuita no es Galicia; el caso Pegasus no se ha cerrado por falta de colaboración del Gobierno de Sánchez, sino de Israel; el PP no votó a favor de la revalorización de las pensiones… Suma, y sigue y sigue.
Si de algo ha podido servir el cara a cara ha sido para constatar que el Feijóo moderado no existe. No puede serlo una persona que se muestra tan dubitativa con los casos de violencia machista y, lo que es peor, no puede ser moderado un político que se niega a condenar un eslógan tan despreciable como “Que te vote Txapote”. Qué gran oportunidad perdida y qué uso tan impropio del terrorismo por alguien que a veces parecía más Abascal que Feijóo.
Ha errado Sánchez en las formas por las interrupciones constantes a su interlocutor, una actitud que ha penalizado por la imagen de ansiedad que transmitía y, sobre todo, porque no conducían a ningún lado. Las ganas de contrarrestar todas y cada una de las acusaciones lanzadas por el líder del PP han acabado por atorarle. Esa misma actitud, es cierto, ha sido beneficiosa en otros tramos del debate: la indignación transmitida por Sánchez en su defensa de las políticas en contra de la violencia machista ante un Feijóo que no sabía a dónde mirar han generado tanta confianza hacia el candidato socialista como una terrible inquietud hacia el popular.
El debate ha tenido su momento más interesante en el bloque dedicado a las políticas de pactos. “¿Por qué no debate usted conmigo y deja a Abascal fuera del debate? ¡Qué haría usted sin el señor Abascal!’, le ha espetado un ufano Feijóo a Sánchez. El mismo que lleva meses y meses recurriendo a Bildu, Otegi… y Txapote para cargar contra un Gobierno que nunca ha gobernado con Bildu. Por muchas veces que se repita una mentira no se convierte en verdad.
Un debate bronco, embarullado, librado en el más denso de los barros, que no clarifica nada, convence a los convencidos y aporta poco a nada a lo realmente importante: qué tipo de país quieren gobernar ambos candidatos, qué planes tienen, qué proponen, con quién van a transitar ese viaje, qué lineas rojas tienen (si es que las tienen) y, sobre todo, qué derechos van a ampliar y cuáles van a cercenar.
Tras el debate, la vida sigue igual. Mañana dios dirá.
Guillermo Rodríguez
Guillermo Rodríguez es director de los Servicios Informativos de la Cadena SER y contenidos digitales....