Dios ahoga pero no aprieta
¿Qué ha ocurrido para que esos jóvenes hambrientos de conocer mundo se descubran de golpe asomados al precipicio de la finitud?

Madrid
Durante algunos años, mi mujer y yo, cada vez que viajábamos, nos llevábamos como recuerdo una pastillita de jabón del hotel en el que nos hospedábamos. Al cabo de un tiempo, cuando la colección había crecido de forma considerable, dejamos de hacerlo y nos olvidamos de las pastillitas. Hace algunos meses las descubrimos en el fondo de un cajón y decidimos empezar a utilizarlas. Aquello fue como emprender simultáneamente un viaje hacia el pasado y hacia el futuro. Hacia el pasado porque ahora, cada vez que nos lavamos las manos, regresamos a una habitación de hotel en la que fuimos jóvenes. Y hacia el futuro porque, al ritmo que llevamos, nos quedan pastillitas de jabón para varias reencarnaciones, y está claro que seguirán en el mundo cuando nosotros ya no estemos.
Dicen que Dios aprieta pero no ahoga, pero es justo al revés: Dios ahoga pero no aprieta. ¿Qué ha ocurrido para que esos jóvenes hambrientos de conocer mundo se descubran de golpe asomados al precipicio de la finitud? Les ahorraré mis graves disquisiciones sobre la futilidad de la vida. Les diré solo que un día, cuando yo esté en manos de la eternidad, las pastillitas de jabón estarán en manos de unos nietos o bisnietos que todavía no han nacido. ¿Se preguntarán esos niños futuros por su textura y su aroma, seguramente anticuados, por el diseño prehistórico del envoltorio, por el nombre trasnochado del hotel, que para entonces hará décadas que habrá dejado de existir? ¿Serán capaces de percibir los delicados hilos con los que el azar y el destino unen a través del tiempo las vidas de los seres humanos?
En fin, yo, como Poncio Pilatos, me lavo las manos.

Nurica Labari: "Nada es más política que la actualidad"
El código iframe se ha copiado en el portapapeles




