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Agustín Rivera: "Muchos supervivientes de la bomba atómica recuerdan la explosión como la luz preciosa de un atardecer que precedió al drama"

El periodista acaba de publicar el libro "Hiroshima: Testimonios de los últimos supervivientes"

Madrid

Los días 6 y 9 de agosto de 1945 cambiaron el curso de la historia del mundo, muy especialmente para quienes tuvieran la desgracia de encontrarse en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Las explosiones de las bombas Fat Man y Little Boy no solo desencadenaron el final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de una carrera nuclear liderada por la Unión Soviética y los Estados Unidos en los años siguientes. Las bombas atómicas segaron las vidas de miles de personas y condenaron las de millares de supervivientes, apodados "hibakushas", e incluso las de sus descendientes que todavía en pleno siglo XXI tienen que seguir afrontando las consecuencias de la radiación. Agustín Rivera es periodista y con la publicación del libro "Hiroshima: Testimonios de los últimos supervivientes" ha puesto fin a una acometida personal que empezó en 1995.

Rivera ha pasado años investigando y entrevistando a las últimas personas que sobrevivieron a la barbarie sufrida en Hiroshima y Nagasaki Unas personas que tuvieron que cargar con el estigma de verse afectadas por la radiación. "Había una necesidad por parte del pueblo japonés de olvidar lo que había ocurrido en la Segunda Guerra Mundial. Hay que recordar que durante los primeros 40 años del siglo XX Japón adoptó una política absolutamente anexionista e imperialista. Los japoneses sentían bastante vergüenza de ese pasado", asevera.

Para el escritor es sorprendente que aunque Estados Unidos nunca haya pedido perdón de manera pública por haber lanzado sobre Japón las dos mayores bombas creadas hasta entonces, el país nipón nunca haya guardado rencor a su verdugo. "En Japón existe una cosa que es el Código bushido, el Código del Guerrero, que acepta muy bien al vencedor", asegura. Pero eso no resume su capacidad de perdón. "Esa falta de odio se explica también por la ayuda económica que Estados Unidos prestó a Japón tras la guerra", apunta.

Rivera explica que lo que se lanzó sobre las dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, fue tan distinto al resto de explosivos de la Segunda Guerra Mundial porque fue la culminación de un proyecto científico desarrollado por Estados Unidos, el proyecto Manhattan. "Se había probado la bomba un mes antes en el desierto de Nuevo México y lo que se lanzó fue algo que nunca se había lanzado. Solo el impacto de la primera bomba mató inmediatamente a más de 80.000 personas", cuenta. Pero las muertes no acabaron ahí porque "un año después de los lanzamientos de las bombas murieron otras 100.000 y sigue muriendo gente por los efectos de la bomba".

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Quienes más sufrieron los estragos de las bombas fueron las mujeres, defiende Agustín Rivera. "Muchas no decían que eran hibakushas si no tenían ninguna secuela física evidente porque si lo decían tenían problemas para conseguir empleo y pensaban que si lo decían no podrían encontrar pareja y tener hijos. "Muchos supervivientes de la bomba atómica no dijeron que lo eran hasta la última etapa de su vida, con 60 o 70 años", indica el periodista.

Ruinas de la feria de muestras de Hiroshima. Así quedó tras la explosión nuclear del 6 de agosto de 1945.

Ruinas de la feria de muestras de Hiroshima. Así quedó tras la explosión nuclear del 6 de agosto de 1945.

Ruinas de la feria de muestras de Hiroshima. Así quedó tras la explosión nuclear del 6 de agosto de 1945.

Ruinas de la feria de muestras de Hiroshima. Así quedó tras la explosión nuclear del 6 de agosto de 1945.

La mañana del 6 de agosto de 1945 hacía una mañana espléndida, explica Rivera. "Muchos hibakusha recuerdan que la luz parecía un atardecer, una luz blanca. Otro dicen que era azul o anaranjada, pero todos coinciden en que era una luz preciosa", explica. El periodista afirma que ese atardecer de postín precedió al drama, porque tras la explosión llegaron las lluvias negras. Rivera habla explícitamente sobre las memorias de una joven que vivió el desastre nuclear con 19 años. "Unas horas después de la explosión, vio que una niña de unos 6 años le pedía agua. Ella le dijo que tenía que seguir caminando para encontrar a sus padres y a su familia. La niña le suplicó que le diese agua, pero no lo hizo y para ella fue un tormento que duró el resto de su vida. La realidad es que si ella le hubiese dado agua, la niña hubiese muerto de una manera inmediata porque habría bebido lluvia negra". Agua mortalmente contaminada.

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A los síntomas que se sufrieron por la radiación, se les llamó "la enfermedad de la bomba". En ese momento no había una definición exacta ni científica en ningún lado. Los hospitales no entendían por qué recibían a gente con cuerpos deformados y la piel hecha jirones. Durante mucho tiempo no se entendía que todo ello se debía a los efectos de la radiación. Y precisamente sobre el sufrimiento, el escritor destaca que la ciudad de Nagasaki vive con cierto recelo la memoria de las bombas atómicas, sienten que la historia les ha tratado como muertos y víctimas de segunda solo porque ellos no fueron los primeros en ser brutalmente atacados. "La circunstancia es que cuando hay un premio o cualquier acontecimiento se sabe muy bien quién es el número uno pero el número dos se queda olvidado", dice.

Las entrevistas de Aimar | Agustín Rivera

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14:17

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