Reivindicación nostálgica en tiempo de bulos
¿Qué pasa si en vez de estar enganchados a las alertas de última hora y a los magazines vemos una competición entre dos pueblos, con carreras de sacos y tiros de cuerda?
Reivindicación nostálgica en tiempo de bulos
¿Recuerdan aquellos programas de los 90 como Humor Amarillo, el Juego de la Oca o el Grand Prix del verano? Lo veías con media sonrisa porque eran pruebas escatológicas y había muchas caídas, pero te alegrabas cuando superaban las trampas. El más habilidoso se ganaba un apartamento en Mijas o varios millones de pesetas, y tras los aplausos y los créditos, tocaba ver el Telediario.
Aquellos programas eran de una sencillez aplastante, como la dosis de información que se manejaba entonces. La reivindicación nostálgica que hoy en día llena nuestras pantallas es una necesidad que la modernidad no logra satisfacer: ahora, el entretenimiento no es compatible con una televisión que baje el volumen de nuestras entrañas.
¿Qué pasa si en vez de estar enganchados a las alertas de última hora y a los magazines vemos una competición entre dos pueblos, con carreras de sacos y tiros de cuerda? ¿Se verá mermada nuestra capacidad crítica o con estar informados será suficiente?
Puede que este sea el tiempo de los bulos, de ideas reaccionarias que han resucitado o de las encuestas mal informadas, pero mientras los cimientos democráticos tiemblan porque demasiados jugadores exigen imponer sus reglas del juego, no es casualidad que Televisión Española haya pulverizado esta semana las audiencias con una vaquilla disfrazada. No sé si seremos ingobernables, pero nos sigue gustando jugar juntos.