El acento
"Y es que da igual el tiempo que pase, porque con los acentos pasa lo mismo que con las pecas, que durante el año se ocultan como pequeños camaleones tatuados, pero en verano se cansan y dejan de jugar al escondite"
La píldora de Alba Carballal | El acento
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No falla: es llegar a Galicia, soltar las maletas y que algún colega, desde Madrid, me confirme lo inevitable al escuchar mi voz, teñida de nuevo de orballo y sal. Y es que da igual el tiempo que pase, porque con los acentos pasa lo mismo que con las pecas, que durante el año se ocultan como pequeños camaleones tatuados, pero en verano se cansan y dejan de jugar al escondite. Su capacidad para adherirse a otras cuerdas vocales tiene que ver con la autenticidad: sí, se me puede pegar un rato el acento de Córdoba, pero la cadena de transmisión se corta en mí. No soy capaz de difundirlo porque no me pertenece. El mío, sin embargo, inunda lo que toca; y esta modulación vocal, por definición intermitente para quienes vivimos lejos del lugar donde crecimos, se deja de sutilezas en cuanto volvemos a aproximarnos al origen. Recuperar el soniquete propio es como quitarse los zapatos al llegar a casa, como dejar de meter tripa para la foto. El acento es una abuela a la que se la trae al pairo lo poco chovinista que seas, porque él ya estaba ahí antes de que tú nacieras. De hecho, ni siquiera hace falta regresar para que se manifieste: basta con cruzarse con alguien que lleve la misma latencia dentro. En el fondo, es como si la tierra, por definición inmóvil, viajase a través de nosotros. Me gusta pensar que, cuando dos gallegos se encuentran en Pekín, la muralla china y la de Lugo pueden al fin mirarse de frente; y pienso, ahora, que este acento radiofónico mío podrá hacer que ustedes también se asomen a otra parte.