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Fuegos artificiales

¿Es posible no compartir lo que sentimos en una era en la que estamos hipervinculados y acudimos en masa a todo los que nos convoca?

Fuegos artificiales

Madrid

En verano, las noches que hay fuegos artificiales, es fácil dejarse llevar por el sentido emocional que tiene llenar el cielo de colores. Lo difícil es no salir en las fotos de quienes tratan de agarrar dicha euforia con el obturador de su teléfono móvil.

Resulta inquietante meterte en el plano de alguien que está viviendo un momento de entusiasmo, como la pareja de enamorados que a tu lado se hace un selfie o el vídeo de una madre con su hijo.

¿Es posible no compartir lo que sentimos en una era en la que estamos hipervinculados y acudimos en masa a todo los que nos convoca?

Yo no quiero salir en las fotos de extraños de la misma manera que evito que los demás salgan en las mías. Sin embargo, en ciertas emociones no nos importa hacer de lo íntimo algo colectivo. Lo hacemos por ejemplo en un estadio de fútbol, donde te abrazas a cuerpos desconocidos cuando mete gol tu equipo, o en un concierto, donde cantas agarrado a manos anónimas deseando que no se acabe nunca la canción.

Hay emociones que compartidas se multiplican, pero eso no funciona siempre. Últimamente es lo que pasa en política, que se comparten consignas, fotos e ideas con tanto ímpetu, que la euforia no nos deja ver el humo que hay sobre nuestras cabezas. A veces pienso que ese ruido que escuchamos no son fuegos artificiales, sino más bien petardos sin luz.