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El aburrimiento, el lujo del verano

Tiene razón la jefa de la urba. El aburrimiento nos acerca a los demás. Y me permito añadir que también a nosotros mismos.

El aburrimiento, el lujo del verano

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Madrid

Mi vecino de piscina se aburre. Debe de tener cincuenta y tantos y se lo cuenta a la mujer que se ha sentado a su lado, de unos ochenta. "¿Le importa que hablemos?" dice. "Es que me aburro". "Aburrirse nos acerca a los demás", responde ella. Y él: "A estas alturas del verano, lo he hecho ya todo. He salido a correr, he paseado por la playa, he visto todas las series que quería, he leído todo lo que traía, pero llega un momento en que se aburre uno. Tanto que me ha salido una mancha de humedad en el salón que quería limpiar antes de irme y cada mañana la miro y digo, ahí te quedas, yo me pienso aburrir. Porque ese está siendo el lujo de mi verano: el aburrimiento".

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En otros tiempos, aburrirse era una desgracia. Ahora, comienza a ser un objeto de lujo. Primero fue el cine con su increíble concatenación de emociones en menos de dos horas. Luego la inmediatez de los medios de comunicación y las redes sorprendiéndonos y asustándonos a base de sucesos, exhibiciones, maldiciones y declaraciones explosivas cada segundo. Y así hasta que acostumbramos nuestra vida a que siempre estuviera sucediendo algo y cuando no sucedía nada eso no era vida. Era aburrimiento.

Pues bien, este verano, igual que mi vecino, he experimentado el aburrimiento. Nada me ha sucedido, nada me ha interesado, no estaba en un lugar que exigiera visitas culturales ni obligaciones sociales. Nada nuevo que descubrir y nada que esperar. Y debo confesar que me he sentido bien. Que estoy más tranquila y descansada que otros veranos. Que me siento optimista y que empiezo a pensar que mi vecino tiene razón. Que el aburrimiento es un lujo. Lo mismo mañana me acerco a él y le propongo limpiar juntos la mancha de su salón. Tiene razón la jefa de la urba. El aburrimiento nos acerca a los demás. Y me permito añadir que también a nosotros mismos.

 
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