Actuar o el decoro
Espero que, tras el Mundial, ya nadie las tosa. O al menos, que se tapen la boca
Actuar o el decoro
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Madrid
¿Les ha pasado que, estando en el teatro, en un momento álgido de la función alguien ha empezado a toser? Siempre me pregunto si no tendrán un jersey con el que amortiguar el golpe de pulmón que los ahoga, si su carraspera no puede esperar al silencio entre diálogos, si el caramelo que intentan abrir tiene un cierre de seguridad de siete dígitos.
Más que el ruido, me fastidia la falta de conciencia de que eso no está bien, de que aliviar su garganta vale más que Blanca Portillo de rodillas convertida en Virgen María llorando, haciéndonos llorar al resto. Sé que es un gesto natural, sin mala fe, y sin embargo me llevo las manos a la cabeza si imagino a Lola Herrera al lado de su Mario y alguien tosiendo ante ella, con la boca abierta, como si estuviera en su salón.
Toser es normal, es una necesidad, pero según cómo lo hagamos es algo involuntario que revela una actitud, como todo lo espontáneo, como lo que se hace en nombre de la euforia. Tener ganas de toser no les da derecho a hacerlo como les venga en gana: tosan, pero celebren su carraspera con respeto, con decoro. Porque en el escenario está sucediendo algo poderoso, y sí, nos molesta que siempre estén por encima sus necesidades a las nuestras, y que nos tachen de idiotas o estúpidos cuando explicamos que eso está mal. Que se lo digan a las mujeres del siglo XVI que tenían prohibido actuar en Inglaterra por cuestión del decoro. O a las jugadoras españolas de fútbol que a lo largo de los últimos años han sido decorosas hasta que se plantaron y dijeron hasta aquí: así no jugamos. Espero que, tras el Mundial, ya nadie las tosa. O al menos, que se tapen la boca.