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Por las que no temen represalias, las que no callan

Brindé por mí y por ellas, maldije mi silencio y aplaudí a las que no se callaron y que seguramente acabaron fuera de aquel agradabilísimo e igualitario ambiente laboral

Por las que no temen represalias, las que no callan

Por las que no temen represalias, las que no callan

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Madrid

Se levantó de su sitio para ir al baño. De camino, oyó un grito: "¡Estás buena hasta preñada!". Y ella sabía que no era verdad, porque se veía cada mañana en el espejo, la panza de más de ocho meses, la retención de líquidos, el calor del mes de julio.

Lo oyeron buena parte de sus compañeros, también ella misma, pero solo acertó a caminar un poco más rápido que desde costumbre, quedarse encerrada un poco de más de tiempo en aquel cuarto de baño, para salir luego con cara de que ahí no había pasado nada. La misma actitud que mantuvo el resto.

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Tiempo después, mientras apuraba la comida del tupper y esperaba a que fueran las cuatro, la hora a la que acababa su jornada reducida con su sueldo reducido, volvió a escuchar un grito. "Todas esas que se tiran aquí unas pocas horas porque tienen que irse a cuidar a sus hijos, que se queden en su puta casa". Y volvió a suceder. Que salió de puntillas, sin hacer ruido, para hacerse aún más invisible de lo que la consideraba aquel hombre y ese otro que la llamó jamona estando embarazada.

Calló aquellas dos veces y muchas más para no molestar, por miedo a lo que vendría después. Asumiendo que era ese el mundo en el que nos toca vivir. Y se fue de aquel trabajo, y cuando se marchó la responsable de RRHH le dijo que tenía motivos suficientes para poner una denuncia. Dijo que no, que qué necesidad, que quería estar tranquila.

Pasaron los años y aquel gañán piropeador fue despedido de su puesto de trabajo. Vinieron otras más jóvenes, más listas, y alguna le puso en su sitio. Pero igual que a Al Capone lo enchironaron por evadir impuestos, a aquel patán no lo echaron por su comportamiento machista, inaceptable. Simplemente aquel hombre con aquel pesado de sueldo que fue mi jefe dejó de compensarle a la empresa.

El día que me lo contaron tardé segundos en compartir la buena nueva a otras bendecidas con comentarios semejantes. Brindé por mí y por ellas, maldije mi silencio y aplaudí a las que no se callaron y que seguramente acabaron fuera de aquel agradabilísimo e igualitario ambiente laboral.

Como hoy brindo por todas las mujeres que ponen la cara y cuerpo por las demás. Esas que no temen las represalias, esas que no callan. Y maldigo a todos los Luises Rubiales que nos han tocado por el camino y que siguen campando a sus anchas en este bonito país llamado España.

Ángeles Caballero

Ángeles Caballero

Periodista. Colabora en 'Hoy por Hoy', con Àngels Barceló. Escribe en El País. Y habla en La Sexta.

 
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