El septiembre que seremos
El verano ha terminado. Y eso significa que somos otros. En las avenidas, en los parkings, en el metro, en el autobús de línea, en la oficina y en la sección de libros de vuelta al cole: ninguna persona es la misma
El septiembre que seremos
Madrid
Parece que sí, que es oficial. El verano ha terminado. Y eso significa que somos otros. En las avenidas, en los parkings, en el metro, en el autobús de línea, en la oficina y en la sección de libros de vuelta al cole: ninguna persona es la misma. Porque nunca somos los mismos después de un viaje y el verano es siempre eso, ese momento en que dejamos nuestra vida colgada de una percha en cualquier parte y cerramos por algún tiempo ese armario. Incluso los que se quedaron en casa también vivieron su periplo, el de no ir a ningún sitio cuando todos los demás estaban fuera. Ulises no puede regresar sin Penélope igual que septiembre no podría empezar si no fuera por quienes mantuvieran las rutinas y sostuvieron las ciudades mientras la mayoría las abandonamos.
Y entonces, de repente, estamos de vuelta. Y, lo mejor, lo más sorprendente, es que volvemos con ganas. No importa lo bien que nos haya ido allá donde fuimos, resulta que sabíamos todo el tiempo que la vida nos esperaba en otra parte. Incluso, en algún momento, la imaginamos descansando en nuestro sofá, sin nosotros. Vimos a nuestra vida leer los libros que dejamos sobre nuestras mesillas, por su cuenta. La vida que abandonamos regando nuestras plantas o acariciando nuestra ropa, todos esos calcetines decididos a pasar a la acción, esperándonos.
Y, en algún momento, tuvimos ganas de abrazar aquello que dejamos, todas esas rutinas que nos convierten en quienes somos, los apegos cotidianos, la nube de espuma del café de la esquina, de nuestra esquina. Y la luz que entra por la ventana de la cocina y que no es la misma en ningún otro cristal del mundo. Es un momento único, el regreso. Nos hemos echado de menos, pero ya estamos aquí.