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Venecia 2023 | Penélope Cruz salva el previsible y blandengue biopic de Ferrari de Michael Mann

Adam Driver se convierte en el piloto y empresario italiano en un drama convencional que evita abordar la colaboración de Ferrari con Mussolini y el francés Luc Besson firma un correcto thriller con una brillante interpretación de Caleb Landry Jones en 'Dogman'

Fotograma de 'Ferrari' con Adam Driver / DIAMOND FILMS / eros hoagland

Venecia

Tres figuras masculinas, marcadas por su pasado, han desfilado por el Festival de Venecia. Por un lado, el chileno Pablo Larraín, ha enfrentado a Pinochet con sus crímenes y con la historia en El conde. Por otro, el francés Luc Besson indaga en cómo se convierte un niño maltratado en criminal en el correcto thriller Dogman. Y luego está Michael Mann. Tras siete años sin rodar, el director ha vuelto a hacerlo, a los 80 años, con una historia que le obsesionaba, la de contar la vida y milagros de Enzo Ferrari, piloto y empresario de una de las escuderías y empresas de automóviles más conocidas cuyo patrimonio creció al ritmo que crecía el fascismo en la Italia de Mussolini.

Mann aborda este biopic de manera muy diferente a como abordó el de Cassius Clay en Ali. La política y el contexto histórico se quedan en un segundo plano esta vez y el director se centra más en el drama humano y existencial del protagonista, un Adam Driver que vuelve a hacer de italiano, tras ese fracaso que fue La Casa de Gucci de Ridley Scott. Esta vez Driver aprueba, en un papel que ablanda demasiado al personaje. Tampoco consigue unir los lazos en común entre Ferrari y personajes cercanos a la mafia y al crimen de su filmografía, por ejemplo, el de Robert de Niro en Heat. Ambos son hombres hechos a sí mismos, obsesionados con su trabajo, su posición social y no perder dinero y con amoríos complicados.

El director de películas como Collateral y El dilema ya se acercó al mundo del automovilismo en Le Mans 66, película que produjo, y ahora regresa adaptando la biografía Enzo Ferrari: The Man, The Cars, The Races, The Machine. Lejos de querer abarcar toda su vida, el director ha preferido quedarse en un instante concreto, el annus horribilis de este hombre, que fue acusado de numerosas muertes que azotaron las pistas en la década de 1950. En total, fallecieron 39 pilotos fallecieron y varios espectadores de carreras.

La película nos sitúa en 1957, cuando las consecuencias de al Segunda Guerra Mundial se notan en lo económico, en el estado anímico y también en el sentimental. Contaba el director que en aquellos años, muchas mujeres italianas quedaron viudas a causa de la contienda, otras descubrieron que sus maridos habían llevado una doble vida, con otra mujer a la que conocieron durante la guerra y con la que habían tenido otros hijos. Es el caso de Enzo Ferrari, que mantiene dos mujeres, Laura, la que lleva las cuentas de la empresa y acaba de enterrar al hijo heredero y Lina Lardi, la que vive en el campo con su hijo y que todavía cuenta con el amor del pater familias. El duelo, la ruptura amorosa, el peso de los lazos familiares y la quiebra económica de la empresa son los dramas que asolan a este personaje, del que nada se dice de su pasado colaboracionista con el fascismo. Pero sobre todo, Ferrari es un apasionado de los coches y de las carreras y a esa misión se encomienda.

Para contar todo eso, Mann recurre a un planteamiento clásico y convencional. Buena ambientación, sonido cuidado para que el espectador escuche el rugido del motor, tal y como en los cincuenta lo hacían los seguidores italianos, y escenas de accidentes que ponen los pelos de punta. Los coches que aparecen en la película fueron fabricados usando réplicas idénticas a los originales, que escanearon y construyeron de cero, mientras que el ruido de los motores pertenece a los coches de la época. Eso sumado a unas interpretaciones correctas, como las de Adam Driver y Shailene Woodley. Pero sobre todo, brilla Penélope Cruz, como la signora Ferrari. Un papel que tiene los momentos más dramáticos y subidos de tono y que la actriz borda en un filme que se empeña en abordar cómo lidiar con la muerte y cómo el dinero ayuda.

Sobre la salvación del dinero diserta también Luc Besson, otro director veterano que ha venido a Venecia con nueva película. En este caso es el thriller Dogman, protagonizado por otra bestia de la interpretación, Caleb Landry Jones, que ya ganó premio en Cannes y que aquí, a día dos de festival, ya pide a gritos la Copa Volpi. Besson, que ha sido declarado inocente de los cargos de violación, propone una bajada a los infiernos en un thriller resultón y entretenido, que puede hacer buena taquilla, pero que se queda lejos del León de Oro.

Dice el director de León el profesional que la inspiración para la película llegó de un artículo sobre una familia francesa que encerró a su hijo en una jaula cuando tenía cinco años. A raíz de eso, Besson organiza una historia de supervivencia y se pregunta cómo una persona puede salir de ese sufrimiento. "Solo con amor, aunque el dinero ayuda", respondía el realizador en la rueda de prensa. El amor, en este caso de los perros que acogen a este niño y le acompañan en su vida. En realidad, toda la película es una defensa de cómo los colectivos marginados, que han sufrido vejaciones, como las travestis, las mujeres negras o los animales maltratados, acaban generando espacios seguros y protegiéndose, aunque a veces trasgredan la ley. Dogman no sería la película que es sin la música de Éric Serra y sin el trabajo de Caleb Landry Jones, un actor que recuerda al mejor Javier Bardem, capaz de transitar la locura, la tristeza, la ironía, la violencia y hasta el espectáculo,convirtiéndose en Marlene Dietrich o Edith Piaf en un cabaret.

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada...