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Venecia 2023 | Polanski naufraga con 'The Palace', una comedia de ricos viejuna

El director polaco, ausente en Venecia por la orden de extradicción que sigue pesando sobre él, ofrece a sus 90 años una sátira ambientada en la Nochevieja de 1999 en un hotel de lujo en los Alpes suizos

Fotograma de 'The Palace', de Roman Polanski / Malgosia Abramowska

Venecia

Había mucha expectación esta temporada por saber qué festival proyectaría The Palace, el nuevo trabajo de Roman Polanski tras la fantástica El oficial y el espía, que tuvo su gran polémica aquí en Venecia, en pleno auge del Me Too y que no llegó a estrenarse en el mercado anglosajón. Cuatro años después ha vuelto a ser Venecia, donde ganó el Gran Premio del Jurado en 2019, el lugar que ha acogido al polémico cineasta polaco. Acogido en sentido metafórico, porque el director de El pianista y La semilla del diablo sigue sin poder viajar a muchos países por la orden de extradición que pesa sobre él por haber violado y drogado una menor en los años 70 en EEUU. Más allá de los escándalos -este certamen tiene unos cuantos con Luc Besson y Woody Allen en la programación-, Polanski naufraga en esta ocasión con una comedia viejuna sobre un grupo de ricos decadentes.

El realizador ambienta en un lujoso hotel de los Alpes suizos esta sátira que se desarrolla en la Nochevieja del año 1999, es decir, a las puertas del llamado Efecto 2000. Recordarán esa teoría que hablaba del colapso y del fin del mundo por el cambio de milenio, según Nostradamus. Pues ni se acabó el mundo ni las cosas han cambiado tanto, parece decir Polanski con su mirada a esos extravagantes y patéticos ricachones que acuden al castillo para emborracharse o darse algún capricho surrealista. Haciendo una parodia mala de La montaña mágica de Thomas Mann, el director reúne a un variopinto elenco de personajes. Hay mujeres hinchadas de bótox y silicona, un cirujano plástico, un anciano millonario con su novia de 20 años, una señora obsesionada con la caca de su perro, un ex actor porno, un casanova arruinado y un grupo de jóvenes mafiosos rusos. Todos, o casi todos, con la piel estirada, arrugada, tostada, con peinados imposibles y con ganas de que el personal del hotel satisfaga todas sus demandas. Ya sea un pingüino, un bowl de caviar, una suite enorme o un baño con césped artificial.

Cuenta en las notas de rodaje el propio Polanski -ausente en la rueda de prensa por motivos obvios- que muchos de estos personajes están inspirados en huéspedes de un hotel de lujo en la montañas suizas que solía visitar. "Observé la vida de este hotel, donde se aloja una élite extremadamente rica alrededor de la cual el proletariado del hotel se ocupa. Estos dos mundos son, a su manera, hilarantes. Todo les separa, sólo les une la figura del director del hotel, que se ocupa de todos y trata de satisfacer a todos, a veces francamente haciéndole la pelota tanto a los clientes como a subordinados. Una vez me invitaron a pasar la Nochevieja en este hotel. Era la víspera del año 2000, en medio del pánico generalizado porque se suponía que esto provocaría el fin del mundo. Vi en todo su esplendor a esta absurda colección de animales que bullía", recuerda el director en estas líneas de su esperpéntica experiencia rodeado de multimillonarios.

Polanski, que tuvo una terrible infancia a consecuencia del nazismo y la guerra, y que dijo entender a uno de sus personajes, Olivier Twist por la pobreza que vivió de niño, cuando sus padres estaban en un campo de concentración, tiene muy claro lo que detesta de estos millonarios. En The Palace utiliza y retuerce todas estas vivencias para crear una sátira grotesca y absurda en la que clava su mirada política. La diferencia de clases, la obsesión por la imagen y la reputación, la corrupción de las élites y la connivencia de Europa con los mafiosos rusos y sus billetes manchados de sangre. Aparece incluso el discurso de transición televisado entre Boris Yeltsin y Vladimir Putin, en un inteligente recordatorio de cuán cínicos hemos sido los europeos con Rusia, aprovechándonos de sus corruptelas, mirando para otro lado para conseguir gas barato y ahora lamentándonos con las locuras que cometen.

En una película muy coral, el director coreografía la decadencia e inmoralidad de estos personajes, sin humillarlos al nivel de Ruben Östlund en El triángulo de la tristeza. Polanski ya se rió de los ricos en Lunas de hiel, un thriller erótico que contenía una escena en un crucero donde los ricos vomitaban a causa de los vaivenes de una tormenta, escena que después filmaría con más brutalidad Östlund. Ayuda en esa misión el trabajo de actores como Fanny Ardant -fantástica como la señora lunática que da caviar a su perro y se quiere ligar a un fontanero -, Mickey Rourke luciendo cara de playboy en las últimas, con un parecido con Donald Trump, que en aquel momento todavía no había entrado en política institucional, y el maravilloso John Cleese utilizando su sonrisa en la escena más descacharrante del film.

Desgraciadamente The Palace no es ni El quimérico inquilino, ni El baile de los vampiros. Hay momentos hilarantes y brillantes. Como ese inicio con un plano secuencia y todo el personal del hotel ordenado militarmente para aguantar durante 12 horas la fiesta de los ricos. Sin embargo, Polanski desbarra con una comedia viejuna de otro tiempo. No solo por las referencias a felaciones (que las pueda haber), los chistes fáciles, las escenas escatológicas o un guion pobre, firmado a medias con su amigo y colaborador Jerzy Skolimowski, que se agota, sino por la falta de ideas para saltar entre los personajes, la excesiva caricaturización y el poco ingenio en lo visual para moverse en un único espacio. Se salvan los acordes de Alexandre Desplat y poco más en esta pobre sátira de un Polanski que, eso sí, a sus 90 años conserva las ganas de plasmar su mirada al mundo.