Los peligros de la jungla no disuaden a los migrantes de cruzar Darién
Más de 330.000 personas han atravesado la selva tropical en lo que llevamos de año enfrentándose a todo tipo de abusos y violaciones
El Darién sufre una presión migratoria sin precedentes. Solo en los primeros ocho meses de 2023, más de 330.000 personas han cruzado esta selva tropical que sirve de frontera natural entre Colombia y Panamá, según los datos que recoge Naciones Unidas. Una cifra sin precedentes que incluye una quinta parte de menores, los más vulnerables a abusos y violaciones durante la travesía.
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Atravesar la selva, que abarca unas 575.000 hectáreas, puede llevar de cuatro a diez días de camino a pie expuestos a todo tipo de peligros sobre los que ha alertado la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos. El Darién “es una jungla con humedad, calor, insectos, vegetación frondosa, árboles muy altos que no deja ver el cielo, pero también es una selva montañosa con pendientes muy pronunciadas. También hay muchos ríos que se caracterizan por sus crecidas súbitas”, explica Cristina Zugasti, representante de Médicos Sin Fronteras en Panamá. Todo ello hace especialmente difícil la caminata.
Es fácil desorientarse y perderse entre la vegetación. Los migrantes con los que ha hablado MSF cuentan que siguen la ruta que marcan unas bolsas azules atadas en los árboles. Zugasti asegura que “hay muchos casos de personas que, por ejemplo, dejan a su mamá por sobrepeso o porque tienen algún problema que les impide continuar la ruta y les dicen, te quedas aquí esperando, nosotros vamos a avisar y venimos a rescatarte. Pero luego no se encuentra a la persona que se ha quedado en el camino”.
El Gobierno de Panamá ha lanzado una campaña disuasoria bajo el lema “Darién no es una ruta, es una jungla”. En ella se recogen testimonios de testigos que han visto los horrores que deja la travesía: cadáveres de personas ahogadas, mujeres embarazadas y niños muertos, personas agotadas que se habían quitado la vida a golpes…
A las dificultades propias de la jungla se suman los grupos organizados que actúan en esa zona. “Eso al final se materializa en secuestros, robos, agresiones físicas y violencia sexual”, alerta Zugasti. Todo asumido “como una especie de peaje que tienen que pagar por decidir migrar”.
Aun así, las llegadas no dejan de aumentar, y las organizaciones humanitarias no tienen medios suficientes para atender las crecientes necesidades. En una de las comunidades indígenas de acogida, han pasado de recibir un máximo 500 migrantes a acoger más de 3.000 personas al día, por lo que sufren escasez de agua y saneamiento. Cristina Zugasti reclama más apoyo internacional y critica que “se tiende a criminalizar la migración” de personas que “buscan trabajar y dar a sus hijos una oportunidad”.