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Pablo Larraín: "Pinochet estará sentado en la misma mesa con Hitler y Franco"

El director chileno convierte al golpista Pinochet en un vampiro en 'El conde', una sátira con mucho humor negro que estrena Netflix

Pablo Larraín dirige 'El Conde' | NETFLIX

Venecia

El cineasta chileno Pablo Larraín lleva toda su carrera, hasta su salto a Hollywood, explorando las huellas que el golpe de estado contra el gobierno democrático de la Unidad Popular de Salvador Allende dejó en su país, Chile, un 11 de septiembre de 1973. El entonces general Pinochet traicionó a su presidente y a sus ciudadanos, que habían votado en democracia, entrando con taques y bombardeos en varias zonas, entre ellas la capital, arrasando el Palacio de la Moneda y dejando demasiados muertos, heridos de por vida y desaparecidos que todavía hoy, cincuenta años después, reclaman justicia, reparación y memoria. Larraín, hijo de políticos de derechas y perteneciente a la burguesía conservadora, ha evocado el pasado violento de su país con una gran mirada crítica y ángulos diversos. Desde una morgue en Post morten, desde la impunidad y los acuerdos entre dictadura e iglesia en El club, desde el poder mediático en No, donde contaba cómo se ganó el referéndum al régimen, o desde Neruda, evocando la huida al exilio del poeta chileno.

Tras dos biografías de personajes anglosajones, como Lady Di y Jackie Kennedi, regresa a la política chilena, al pasado y lo hace con ganas y con una apuesta nada fácil. En El conde usa la sátira y el género para enfrentarse con el dictador y mirar de frente al personaje. Para insistir en eso de que la impunidad genera monstruos, Larraín utiliza la figura del vampiro, como un ser inmortal que sigue alimentándose de sangre humana eternamente, como los secuaces y sucesores de Pinochet siguen alimentándose de los chilenos y las chilenas que, aunque ya no vivan en dictadura, sí viven bajo el marco normativo que su régimen creó: una constitución neoliberal que está resultado muy difícil de modificar. El conde, la nueva película que el director chileno estrena en Netflix el próximo 15 de septiembre y que ha presentado en el Festival de Venecia, días antes antes de que llegue ese 50 aniversario del golpe de estado de Pinochet.

¿Por qué pensó que la sátira era la mejor manera de contar a Pinochet?

Porque la sátira es la mejor manera de enfrentarse a él. Creo que es la primera vez que Pinochet es protagonista absoluto de una película y la primera vez que he filmado como personaje ficción, que yo recuerde. La sátira es un mecanismo para aproximarse a personajes de esta naturaleza, porque permite verlos y observarlos, pero al mismo tiempo tener la distancia correcta con ellos. Es posible pensar que, si no se usa la sátira como mecanismo, ese personaje podría ser más realista y, por lo tanto, podría generar mecanismos de empatía y eso es muy peligroso. además, la sátira permite circular en el tiempo de una manera fascinante y hacerlo de forma divertida.

¿Es la impunidad la que hace inmortales a los dictadores?

Es que la impunidad provoca inmortalidad en el imaginario y la historia Chile cumple 50 años. Ahora estos días con el recuerdo del golpe de Estado, pienso que la figura de Pinochet está más viva que nunca. Es una figura divisoria y que refleja, desgraciadamente, cuál es la realidad de nuestro país y de nuestra región, de alguna manera.

¿Por qué no se ha conseguido romper esa impunidad? ¿Por qué la figura del vampiro para evidenciarla?

Probablemente tiene que ver con que, a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurrió en Argentina o en Uruguay, donde sí pudieron juzgar a sus dictadores, nosotros no pudimos. Pinochet murió completamente libre y millonario y jamás pagó por sus crímenes y eso lo convierte en una figura eterna. En esa eternidad, me pareció interesante conectarla con la figura más emblemática de todas las que representan eso, que es la eternidad del vampiro, alguien que necesita matar para vivir.

Sus películas, El club, Post mortem, Neruda, No, y ahora El conde, hablan de ese pasado violento y de la historia política de Chile desde ángulos muy diversos... ¿tu generación sigue marcada por ese golpe del que ahora se cumplen 50 años?

Bueno, gracias por lo dejo de joven, pero tan joven no soy. Nací tres años después del golpe, en el 76. Y crecí durante una dictadura y luego viví muy de cerca, ya como un adulto, la transición a la democracia. Lo que más me afecta es que creo que está muy dividido mi país. Me pregunto qué pasa con mis hijos, qué pasa con el futuro de Chile. Me doy cuenta de que en este presente ellos están agotados del tema, no entienden bien porque se vuelve y se vuelve al pasado, porque los adultos hablamos continuamente de la figura de Pinochet. Sencillamente, lo hacemos porque estamos sumamente divididos y porque, por muy increíble que así sea, hay personas que todavía lo recuerdan y resaltan su legado y su memoria, siendo probablemente una persona que ahora estará está sentada en la mesa con Franco Hitler y Mussolini.

La película lo describe como un asesino, pero también como un ladrón, ¿es lo que más le molestaba realmente al personaje que le acusaran de robar y no de matar?

Le jodía muchísimo. No solamente a él, sino que también a su familia y a la gente que lo apoyaba. Yo me acuerdo cuando salió el Caso Riggs en la prensa, cuando la Corte Suprema de Chile ordena la incautación de 1,6 millones de dólares a la familia de Pinochet, lo más increíble fue que mucha gente que apoyaba Pinochet se sintieron mal porque estaban apoyando a alguien que fue calificado de ladrón. Es como que, de alguna manera, era aceptable que fuese un asesino o que tuviese cargos de violación de los derechos humanos, porque eso es lo que hace un dictador que salvó a Chile del socialismo, ante los ojos de esas personas, pero lo que no era aceptable moralmente era robar. Ese absurdo, ese delirio ético probablemente dio inicio a una de las primeras bromas de esta película.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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