La Diada ha dejado de ser una expresión del sentimiento catalanista

Los que apuestan por el diálogo y la negociación para superar el conflicto en Catalunya, sea cual sea la intensidad o la escenificación de esta voluntad, superaron ayer un escollo, no menor, con la celebración de la Diada. Fue la movilización menos concurrida, excluyendo las de la pandemia, y ya solo parece atractiva para aquellos que se quedaron en la época del procés, capitaneados por una organización que, democráticamente, no representa a nadie. La Asamblea Nacional de Catalunya, que no se presenta a las elecciones, pero que lleva la voz cantante de la intransigencia a una posible solución pactada del conflicto.

A su alrededor se concentran un importante número de personas, porque aunque la movilización pierda fuelle, son muchos los que siguen asistiendo, que ya no solo reivindican la independencia, sino que tienen como principal cometido el ataque a los partidos independentistas que se sientan a hablar con el Gobierno central, que ahora ya son los dos, Esquerra y Junts per Catalunya. Así que no es extraño escuchar pitidos e insultos cruzados, como el de 'traidor' que sigue encabezando el ranking de insultos. El mismo ataque que durante tanto tiempo han recibido los no independentistas, ahora también lo reciben algunos de ellos.

Así que la Diada ha dejado de ser una expresión del sentimiento catalanista, cada uno con su intensidad, para convertirse en la expresión del independentismo más intransigente. Ya no es esa jornada festiva que conocimos y que en los años posteriores al franquismo demostró el sentir mayoritario en Catalunya para el reconocimiento de su identidad, y se ha convertido en una movilización donde ya no es bienvenido quien no piense como quien la convoca.

Y el marco que establece la manifestación de ayer es el que condiciona también los discursos políticos, obligados al aumento de decibelios para no ser considerados blandos o traidores, ya saben. Aunque antes y después, se sienten a negociar con el Gobierno. Porque tanto Esquerra como Junts están hablando con Moncloa, y estas conversaciones deberían quedar al margen de la exaltación emocional. Y lo más importante, deberían ser conversaciones realistas. Ni unos pueden pedir la luna, porque saben perfectamente que ésta es inalcanzable, ni los otros deberían prometer lo imposible o lo que no puedan explicar bien.