Lo difícil es quedarse

Madrid

Cuando era reportera viajé en varias ocasiones de Marrakech para abajo, y recibí la hospitalidad de personas que no sé si siguen vivas, en lugares que temo que no estén en pie y a donde no suelen llegar ni los turistas ni el dinero que los acompaña. Hablé con gente de ONGs, y con chavales que estudiaban en sus centros. Fui testigo de la ansiedad de los adolescentes por librarse de la pobreza. Por huir.

Que se les advierta de cuántos mueren en la travesía y de lo mal que los vamos a acoger no les impresiona tanto como la posibilidad de alcanzar una buena vida en el exterior. Esa que el propio régimen les promete cuando entrevista, a bombo y platillo, en la televisión, a selectos emigrantes llegados al terruño de vacaciones en un buen coche.

Hace ya bastantes años, cuando el Emérito aún era rey, un amigo mío, por desgracia hoy fallecido, acudió a una cena privada en Zarzuela, acompañando a un amigo suyo muy cercano a Juan Carlos. En aquellos días, Mohamed VI había protagonizado uno de sus típicos desplantes hacia España. Lo cual se comentó durante la cena.

Según mi amigo, en un momento dado, doña Sofía, estalló: "Con lo que han jugado juntos Felipe y él", dijo, "¡Y, ahora, no se pone al teléfono!". Parece una anécdota, pero es una categoría. Si al corrupto, acaudalado y muy autócrata rey y jefe espiritual de Marruecos no le sale del pitorro descolgar cuando le llaman los Borbones, podéis imaginar por dónde se pasa el dolor y el futuro de su pueblo. Por eso, lo difícil es quedarse.