Mohamed VI: un rey en todas parte y en ninguna

Madrid

En las aldeas afectadas por el terremoto nadie espera a Mohamed VI. ¿Qué van a esperar? ¿Que vaya a lucir sus trajes de lujo ante los cadáveres pudriéndose? ¿Que se esfuerce en aguantar el asco que le provocan los sucios plebeyos mientras los aduladores se inclinan para besarle la mano y luego se vuelva a contemplar la Torre Eiffel desde su lujoso palacio?

En el mundo rural marroquí estamos muy acostumbrados a no esperar nada de quien ha extraído de los marroquíes el dinero que podría servir para construir carreteras y hospitales, para que lleguen la luz y el agua corriente a los territorios más remotos. Yo que soy del Rif y crecí en una casa de adobe, recuerdo muy bien lo que es que el mahzen solo aparezca para reprimir, vigilar y castigar. El señor cuyo retrato cuelga en todas partes pero que pasa cada vez menos tiempo en Marruecos tiene, según Forbes, una fortuna valorada en poco menos que cinco mil setecientos millones de dólares. Todos ganados con el sudor de su frente, seguro.

Nada que ver con el hecho de que sea dueño de casi todo en mi país de nacimiento, que cuente con la complicidad y adulación sumisa de unas élites que también lloran por los pobres pobres que parece que lo son por una maldición bíblica. Yo también creía que la pobreza, el subdesarrollo, la falta de oportunidades y la desesperanza eran fruto de un destino fatal.

Hasta que fui a la escuela y aprendí a leer y pude buscar la verdad que el silencio traumático de mi pueblo no podía nombrar en voz alta. Comprendí entonces que nuestras vidas no estaban marcadas por la cabrona voluntad divina sino por un sistema feudal que a día de hoy sigue perpetuándose en parte gracias a la complicidad de las potencias occidentales. Sí, pobres los pobres marroquíes, pero más pobres quienes pretenden que sigamos sumidos en el oscurantismo del pensamiento supersticioso en vez de analizar con rigor las causas de la tragedia.