Ángeles Caballero: "Aznar no ha abierto las ventanas para renovar el ambiente"

La nostalgia es un sentimiento peligroso, una caja de bombas. Uno se imagina hace años, cuando tenía pelo y no tenía grasa. Cuando estaba en plena forma física y en plenas facultades mentales. Y piensas que nada ha cambiado, que sigues igual. Que puedes con todo.

José María Aznar López no necesita ponerse nostálgico. Gasta el mismo aspecto que cuando ocupaba la Moncloa, si no mejor. El pádel y los diez millones de abdominales que hacía a diario han dado su resultado y va por ahí, vestido siempre de azul oscuro casi negro, su sempiterna corbata y ese esfuerzo tan impostado para parecer simpático. Porque Aznar ríe muy poco, porque siempre parece de luto. Porque mantiene el mismo tono cuando dice buenos días o que España está en riesgo existencial.

¿Se acuerdan de cuando se fumaba un puro y ponía las piernas encima de la mesa en aquel rancho junto con George Bush? Pues ahí sigue la criatura, pensando que las normas no van con él.

Es un hombre sin sonrisa que, sin embargo, tiene muchos motivos para lucirla. Un ser superior que sigue, 19 años después de dejar de ser presidente del Gobierno, gobernando en su partido y en los corazones de tantos españoles y españolas que beben vino, odian los impuestos y los separatistas, fibrilan por la unidad de España.

Que anima, ya sea desde FAES, en un libro o ante un micrófono, a salir a las calles, a parar lo que viene, aunque no sepamos muy bien lo que es. Es un hombre cuyo reloj paró hace demasiados años, que no ha abierto las ventanas de casa para renovar el ambiente. Que no parece saber que España es otra. Que los hay como él y muy distintos. Que unos y otros han votado. Y que el único riesgo existencial aquí es no haberse enterado.