Las hormigas rojas de fuego están que arden
"Porque los derechos son más importantes que las cosas. De este modo, el derecho a una vida mejor ha sustituido a una vida mejor"
Las hormigas rojas de fuego están que arden
Antes, las hormigas rojas de fuego éramos nosotros. O eso creíamos. Pero la noticia de estos días es que la hormiga roja de fuego ha llegado a España o, por lo menos, ya ha sido enviada. Entonces, ¿quiénes éramos nosotros? Nuestros hormigueros, si no eran rojos, ¿de qué estaban hechos? El fuego, las lenguas de fuego con las que aprendimos a cantar aquellos cantos, convertidos en cánticos de tanto leer a Jorge Guillén, ¿por qué ardían? De las muchísimas cosas malas que están explicando sobre la hormiga roja de fuego, la que más se destaca es que ya no podremos ir descalzos por los parques. Nadie ha querido ir descalzo, en la vida, hasta que no ha tenido zapatos. Precisamente, algo que les encantaba a las viejas hormigas rojas de fuego era estrenar zapatos. Eran el mejor regalo. Pero tal vez queremos tener cosas para disfrutar del derecho a no usarlas. Porque los derechos son más importantes que las cosas. De este modo, el derecho a una vida mejor ha sustituido a una vida mejor. Esta es la trampa de la clase media. Cuando éramos hormigas rojas de fuego, veíamos por la tele las grandes ciudades del mundo, y había siempre un instante en que el locutor las llamaba hormigueros. Y decir Cuando ruge la marabunta, en vez del título de una película que daban, era invocar una consigna. Entonces, la cultura popular tenía un valor metafórico. Hoy, se la ha reducido a experiencia vivida. Fue la música de Paris, Texas, como sintonía de Documentos TV, lo que, años después, calmó la trepidación, lo que convirtió mi asombro primigenio en soledad nocturna. Desde entonces, cada vez que escucho a Ry Cooder, pienso en Pedro Erquicia. En la luz del televisor alumbrando un comedor a oscuras, en cómo ha cambiado mi manera de limpiar los zapatos y en que siempre vendrán otras hormigas rojas.